Pero no es eso lo que me llama la atención. Lo que capta mi interés son unas fotos que ha puesto que hacen que durante un rato permanezca embobado mirando el monitor... Paisajes que, aunque carentes de exhuberante vegetación, pues son los típicos de nuestra comarca, poseen cierto encanto y están tomados con un gusto exquisito a mi parecer, y con el toque perfecto que da la luz de un atardecer estival.
Mientras viajo mentalmente, mi cabecita me dice que yo también tengo que salir, tengo que hacer fotos y disfrutar junto con mi máquina de la libertad que te ofrece el monte. Unas ganas de rotar recorren mi cuerpo casi obsesivamente. Lugar escogido: el Cid. Propósito: llegar hasta las antenas y desde allí buscar el camino de cabras que enlaza con el famoso Cartel Rojo. Diversión garantizada en todos los aspectos. Seguro.
Me equipo de arriba a abajo y comienzo la marcha, como diría un miembro de nuestra penya, "chino-chano"...
Pero esta tarde no iba a ser la adecuada. Cuando me encuentro afrontando las faldas del Cid, habiendo dejado atrás la Lloma de la Xirixola, en el camino de tierra, antes de coger el asfalto, comienza a soplar un viento digno de un otoño que parece estar avisando sobre su inminente llegada, y que hace que el cielo se ennegrezca rápidamente, haciendo desaparecer la cima del Cid, sepultada por el más grande de los nubarrones que se aproximaban. Recuerdo entonces que se me ha olvidado traer una camiseta de recambio, y voy bastante sudado, por lo que es una locura intentar subir allá arriba. Tendría la pulmonía casi asegurada. 18 ºC marca el termómetro del pulsómetro. Demasiado frío. Acabo decidiendo bajar por el Cartel Rojo. Tomo la primera foto y desciendo en busca de la ansiada trialera, y mientras avanzo, voy notando que a pesar de llevar una horquilla de 140 mm. sin regulación posible, no pongo en ningún momento el pie en el suelo en ninguna de las subidas. Buena señal. Llego a mi destino y tomo dos fotos más, una de ellas con mi Yeti como protagonista, pues se ha portado de lujo. A continuación me coloco las protecciones y meriendo un melocotón, mientras disfruto de la solitaria libertad que me rodea. "Repelo" el hueso y comienzo el descenso, un descenso técnico donde los haya (quien lo conoce me dará la razón). Aprovecho mi soledad para, en tramos de bastante dificultad, pararme, buscar la mejor trazada, analizar la zona y volver atrás para afrontarla con decisión. Perfecto. No obstante, la última de las pruebas, que consiste en dos profundos socavones excavados en la roca por la fuerza del agua durante años y que van uno seguido del otro, hacen que por mucho que busque una alternativa, acabe bajándola andando al lado de la bici. Demasiado complicado.
Pensaba seguir por la rambla, pero voy muy justo de tiempo a causa de las nubes. Otro día. Bajo por donde siempre, en la continuación de la senda del Cazador y me planto en un momento en los bungalows de la Loma Badá, por lo que decido hacer el recorrido por el que seguía la Marcha de Novelda. Cada cierto tiempo, me es inevitable bajar la vista para observar cómo trabaja el DHX. Perfecto. Absorbe cualquier imperfección del terreno. Es alucinante su funcionamiento. Chapeau.
Acabo empalmando con la rambla y decido abortar en el último momento la bajada de la senda del Kalifa debido a la escasez de luz. Me dirijo a la huerta, y de allí por el carril bici hasta casa.

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Ya en la ducha, mi cabeza comienza a divagar... No ha sido la tarde apropiada para sacar buenas fotos. La prueba es que tan sólo he disparado tres veces. No he cumplido el principal de los objetivos que me había marcado. Pero hay más días. Y yo quiero sacar fotos, arrancar la belleza que esconden los "secarrales" que nos rodean porque, a pesar de carecer de flora y fauna, esconden un encanto cautivador. Mi cámara no es ni mucho menos la herramienta apropiada, pero sé que colocando el obturador en la posición correcta, me dará los resultados que ansío. Y todo ello en el escenario iluminado por un sol vespertino de agosto de 2007. Allí estaré para inmortalizar esos momentos...