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martes, 24 de julio de 2012

SOÑANDO EN LA PEGUNTA

A centenares de kilómetros de casa, y a kilómetro y medio de altura sobre el difuminado Mediterráneo, nos encontramos sumidos en la dura terapia del Psicoloco rotero tras un duro trayecto que iniciamos hace casi siete horas de reloj. Un nubarrón amenazante, producto de la agonía de bosques no muy lejanos, envuelven la sesión. Es verano, pero juro por el Dios de las Sendas que tengo sensación de frío, y la epidermis que mantengo a salvo de los arrastrones, tiene todo el pelajo de punta.

Por suerte al Psico se le corta de su conferencia apabullante, es hora de escribir uno de los episodios vegetotrialéricos más apasionantes de la reciente historia rotera:

Hacia el noroeste del pico del Penyagolosa, salimos de un claro del bosque por una imprecisa bajada. En nada y de la nada, aparece una humilde barranquera con un rastro de senda, que nos pone de golpe y porrazo -literalmente- en nuestro sitio, en forma de peaje repentino y besada de roca y arbusto. Hay quien desde entonces, luce un bonito tatuaje como recuerdo de una bajada antológica que lleva por nombre "la Pegunta".

En nada empieza la apoteosis. Sumidos en un mágico bosque de cuento, sucumbimos ante lo que para nosotros supone todo un monumento vegetal. Un bosque, perfectamente instrumentalizado a base de arces, majuelos, rosales silvestres, pino laricio y espino albar, confecciona una armoniosa orquesta que silba en esta magnífica tarde de verano, unos acordes celestiales.

Entre el tropel de troncos de 30 metros de altura, se deja ver un sendero de esos que salen en los mejores sueños del endulerdismo colectivo. Pisado y compacto en tramos, bordeado por hierba a veces, otras difuminado y recto entre un tapiz de acículas de pino, y las más, generoso en roca caliza de todos los tamaños formas y colores.

Es imposible no parar para hablar con el bosque. En un par de momentos me quedo sólo, y miro a todos lados como queriendo grabar en mi mente lo que ven mis ojos. A veces me parece estar viendo una obaga de la Val d'Arán, a veces los longevos salgareños de Segura, Cazorla y las Villas, otras el macizo esponjoso del Calar del río Mundo. Un verde perpetuo de un suelo en el que poca luz llega, se confunde con el negro y blanco de los troncos laricios, dándole carácter propio al lenguaje visual del momento.

Pero joder, hay que seguir, que nos queda ruta para rato, y más abajo se oye el devenir de bujes y se intuye el trabajazo de horquillas y amortigadores entre biciclos compañeros que flipan en colores con el momentazo. Entre los reencuentros del grupeto, caras maravilladas y una voz baja como queriendo no interrumpir la magia del sitio.

Las luces de la tarde y el sol que empieza a caer se suman a la fiesta. Y rendidos, olvidamos los tatuajes hechos a base de pinchos y el pelaje de punta producto de un bajonazo físico. Incluso olvidamos la charla del Psicoloco, y acompañados del arroyo perezoso que sale al claro del bosque, volvemos la vista atrás a la espesura, agradecidos y con ganas de empadronarnos por siempre jamás, en este rincón de los sueños, donde todo lo que imaginamos un día, se convirtió en realidad por unos momentos.

Lo que vino después, ya es fruto de otra historia.

10 comentarios:

  1. Entrada huérfana de una buena foto, desde aquí no puedo ponerla.

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  2. Respuestas
    1. A ti por semejante divaganda.

      Grande, primol!

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  3. Uf! Me has llevado allí de vuelta, gracias! ;-)

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  4. Brutal Vicente... una de los mejores escritos que te he leido, y te he leido unos cuantos.

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  5. Me congratula mazo el asunto, majetes. ;)

    Tengo ganas de veros a todas... algo habrá que hacer!

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  6. Lo cierto es que me hago mayor, últimamente la inspiración pasa de mi.

    Desde que abandoné el tabaco y el burn, respiro mejor, estoy menos nervioso, y divago menos.

    Qué mal!

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  7. Que buen relato!!!, y cuantas cosas pendietes de leer!!!.

    Sin lugar a duda, de lo mejor de la ruta!!!.

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