IV MARCHA BTT CIUDAD DE NOVELDA
07:40 AM. Suena el despertador del móvil con su grácil pero a la vez cojonerilla melodía. Casi no ha hecho falta porque el sueño ha sido, además de escaso, poco profundo. En la mente una pregunta casi obsesiva que, desde el sábado por la mañana cuando estuvimos viendo parte de la etapa de la marcha, no hacía más que rondar por mi cabeza: ¿Qué habrá más allá de Salinetes? Si, la senda del Kalifa, pero hasta ahi llevaremos 22-23 km., y la carrera son 40...
Sin más, me levanto, me pongo el traje de luces, desayuno, cojo la reluciente y engrasada burra y me dirijo hacia el punto de encuentro rotero, el garaje de Tendero, donde habíamos quedado el susodicho, Vicente y yo. Partimos los tres jinetes del apocalipsis, esta vez sin nuestro querido Berenguelo, que se encuentra en su segundo pueblo por causas ajenas y no puede acompañarnos...
Llegamos, cojemos nuestros dorsales, dejamos las bolsas con los obsequios de la carrera de nuevo en el garaje y comenzamos a calentar. Hace frío, mucho frío...
09:10 AM. Nos colocamos cerca de la primera fila del pelotón de salida. ¿No estamos demasiado delante?, comenta Vicente. En efecto, tenía toda la razón, ya que, al dar la salida, una estampida de ciclistas ansiosos por una victoria imposible acaba haciendo rodar a todo el grupo a velocidades que rondan los casi 40 km/h., por enmedio del pueblo. Acelerones, frenazos, retrovisores de coches que sufren la imprudencia de unos cuantos... Estábamos saliendo del pueblo por Menescal y le comento a mi primo: - No puede ser, debe ser que no saben el recorrido que nos espera -. Vicente asiente y sonríe. Miro mi pulsómetro, y me indica que ya me encuentro a un 86% de mi capacidad. No puede ser, esto no es normal, aunque sí comprensible sabiendo que se trata de una carrera (y digo carrera porque así es, lo de "marcha" es una forma de hacerlo más suave para aquellos indecisos que se acaban apuntando pensando que van disfrutar de un día de paseo en el campo). Todo el mundo está fresco y tiene ganas de seguir al que va primero.
Tras abandonar el pueblo, comenzamos la ascensión por la Heredad, zona en la que yo paso frecuentemente corriendo. Subimos el puente, bordeamos el tramo del AVE y comienza la pesadilla: la primera subida, el Montagut. Ruido de desviadores y ya se empiezan a vislumbrar los primeros pinchazos e incluso partidas de cadenas. El pelotón se estira hasta formarse un auténtico paso de Semana Santa. Todos por la senda con la burra a cuestas. Algunos valientes (o quizá osados), pidiendo paso. A Tendero, que había seguido el ritmo de los primeros de la fila, lo veo con la burra panza arriba, intentando colocar la cadena en su sitio. Acabamos el ascenso para iniciar el breve descenso que nos lleva al asfalto de la Lloma de la Xirixola, una subidita que, a pesar de ser breve, es un pinchazo a la moral. Seguimos la ascensión por un camino paralelo a este último y allí, en la parte alta, encuentro a mi tía Elia que comienza a animarme, con lo cual no sólo subo la rampa de un tirón sino que también hago el descenso que acaba en la rambla como si fuera uno de los dos hermanos Misser, adelantando a un biker y a Tendero. Seguimos la senda y me noto pesado. Noto como si llevara un peso extra, un lastre que.... Mierrrrrda!! Miro la rueda trasera y veo que ha perdido presión. Lo que faltaba!! Un pinchazo!! Se lo comento a Tendero y me dice que si, que parece que voy pinchado. Me bajo y lo compruebo. Efectivamente, la rueda había perdido una presión considerable. Pienso rápidamente y decido no cambiarla, lo que dure, dure. Subo e inicio la ascensión a una loma que rodea el Cid, eso sí, sin dejar de mirar obsesivamente la cubierta trasera y pensar "por qué me ha tocado a mi, ahora que me empezaba a encontrar bien?". Sigo adelante no sin dejar de ver el paisaje que acaba enturbiándose debido a las gotas de sudor que caen sobre las gafas. El esfuerzo está siendo considerable. Acabamos llegando a una "senda de cazadores", que fue tal y como la nombró ayer mi primo, y que no es más que una senda que en ocasiones se vuelve impracticable para el biker, por lo que prácticamente acabamos haciéndola todos andando con la burra a cuestas. Finalmente, al llegar a la cima, empieza un descenso que para mi fue lo mejor de la carrera, tanto por el paisaje como por la dificultad que en algunos tramos supone. Y digo lo de dificultad porque en uno de los momentos de dicho descenso, vi como el biker que iba delante de mi saltó por encima de la burra y se fue barranco abajo, mientras maldecía el freno de la bici. Le pregunto si estaba bien, a lo que me responde que sí, que no ha sido nada, pero que la bici blablabla... Siempre la culpa la tiene la bici... Continúo mi marcha esta vez mentalizado en la carrera, ya que observo que voy adelantando a mucha gente, y las pulsaciones han bajado. Enfilamos unas trialeras que tambíen desconocía y nuevamente una subida en senda, que acaba en un descenso que nos lleva a la rambla que el domingo pasado había disfrutado con el Bere. Saco todo el provecho de esa zona, llegando al avituallamiento. Observo al Kalifa que me saluda y me sonríe. Saludo yo también pero sigo, porque si me paro, la rueda se deshincha... Sigo esta vez en solitario y en un momento me encuentro en Bateig, enfilando la senda del Kalifa. Me preparo para gozar del descenso, que no puedo llegar a disfrutar del todo ya que me encuentro con tímidos bikers que no se atreven a sacar el máximo provecho de esta bajada.
Una vez acabado el recorrido, comienzan a asaltarme las preguntas que había tenido la noche anterior: vale, José, estás en el kilómetro 21.6, quedan aún 18.4 km., tú vas hecho un asquito, tu rueda trasera te está dando una tregua momentánea y según el perfil, aún nos queda una "subida potente". Me paro nuevamente a hinchar la rueda, pues la llanta se aproxima al suelo peligrosamente, amenazando con pellizcar la cámara. Me autoconvenzo de que la cosa no está tan mal y saco fuerzas para seguir. Empiezan subidas que en condiciones normales son "rampitas de mala muerte", pero que ahora son auténticas paredes. El frío de la mañana hacía rato que se había transformado en calor agobiante, y, para colmo, yo era "el hombre de negro"... Doy un sorbo al Camelbak y me doy cuenta de que me quedan un par de tragos, tres como mucho... Acabo dando con Tendero y le adelanto en una bajada trialerosa que acaba en el río, y juntos afrontamos la última subida: la Mola. El pequeño tramo que cojemos recién asfaltado me sabe a gloria, a pesar de mi aprehensión al alquitrán. Inexplicablemente saco fuerzas y la subo casi sin problemas. A continuación descenso y de nuevo enfilamos el camino del río para acabar en la senda que lo bordea. Aqui empezaría mi peor momento de la carrera. Íbamos llaneando un biker y yo entre el destrozado camino (si es que se le puede llamar camino a eso), a velocidades de entre 30 y 35 km/h., hasta que en un pequeño salto, el chaval acaba degustando el polvo de mármol que ensuciaba nuestras cansadas piernas. Le comento si todo va bien y me dice que no ha sido nada, que el problema es que la bici es de su "cuñao" y que "ya verás tú cuando la vea"... Mira chaval, no es por nada, pero tu vida privada no me importa, déjame pasar porque además de tener la cámara trasera pinchada, empiezo a sentirme "pinchado" yo... Y nada más lejos de la realidad: comienzo a sentir frío en las piernas (quizá el previo a un pajarón que hasta el día de hoy no he sufrido aún), apuro el último trago y me autoconvenzo de que según el pulsómetro, tan sólo quedan 4 km. para meta. Pero vaya 4 km... Dando botes sin parar y maldiciendo el camino por el que nos han metido. Incluso acabamos teniendo que cruzar el río por un tramo enfangado y lleno de lodo, que cruzo mientras me hacen una foto. Termino el diabólico tramo y me sitúo en el camino donde ya acaba el infierno, donde está la meta, esperándome, como si fueran las puertas del mismísimo paraíso. Saco fuerzas de flaqueza y doy todo lo que me queda, hasta que entro, triunfalmente. Es una sensación muy curiosa la que se siente al pasar por meta. Indescriptible. Si, ya está, ya he llegado. Se acabó. Entro y voy con la mirada perdida buscando un lugar donde dejar la bici y cojer algo de comida y bebida. Empiezo a comer y no paro, incluso con cierta avaricia. Un hombre mayor que estaba sirviendo me dice: Vols Coca-cola? Et vindrá molt bé!. Miraba al benévolo anciano viendo ante mí a mi ángel salvador, con los ojos como platos y una sonrisa de oreja a oreja. Al final, dos vasos enormes de Coca-cola, dos trozos de coca y medio plátano, además de una lata de bebida isotónica y un botellín de agua. Ya recuperados, a comentar la carrera con el resto de roteros y, finalmente para casa, no sin antes disfrutar de un relajante masaje.
Una jornada agradable aunque no exenta de sufrimiento, pero que, al fin y al cabo, forma parte del sacrificio "agradable" de un rotero. Es una especie de "masoquismo" que te incita a repetir tan pronto sea posible. Pienso que ha sido una lástima no haber contado con el "pitidito cojonero" del pulsometrín Berenguelaico. Pero la próxima marcha será. N'hi ha més marches que llonganisses. Llonganisses? Mmmmh, qué bó!!. Vaig per una!.
Sin más, me levanto, me pongo el traje de luces, desayuno, cojo la reluciente y engrasada burra y me dirijo hacia el punto de encuentro rotero, el garaje de Tendero, donde habíamos quedado el susodicho, Vicente y yo. Partimos los tres jinetes del apocalipsis, esta vez sin nuestro querido Berenguelo, que se encuentra en su segundo pueblo por causas ajenas y no puede acompañarnos...
Llegamos, cojemos nuestros dorsales, dejamos las bolsas con los obsequios de la carrera de nuevo en el garaje y comenzamos a calentar. Hace frío, mucho frío...
09:10 AM. Nos colocamos cerca de la primera fila del pelotón de salida. ¿No estamos demasiado delante?, comenta Vicente. En efecto, tenía toda la razón, ya que, al dar la salida, una estampida de ciclistas ansiosos por una victoria imposible acaba haciendo rodar a todo el grupo a velocidades que rondan los casi 40 km/h., por enmedio del pueblo. Acelerones, frenazos, retrovisores de coches que sufren la imprudencia de unos cuantos... Estábamos saliendo del pueblo por Menescal y le comento a mi primo: - No puede ser, debe ser que no saben el recorrido que nos espera -. Vicente asiente y sonríe. Miro mi pulsómetro, y me indica que ya me encuentro a un 86% de mi capacidad. No puede ser, esto no es normal, aunque sí comprensible sabiendo que se trata de una carrera (y digo carrera porque así es, lo de "marcha" es una forma de hacerlo más suave para aquellos indecisos que se acaban apuntando pensando que van disfrutar de un día de paseo en el campo). Todo el mundo está fresco y tiene ganas de seguir al que va primero.
Tras abandonar el pueblo, comenzamos la ascensión por la Heredad, zona en la que yo paso frecuentemente corriendo. Subimos el puente, bordeamos el tramo del AVE y comienza la pesadilla: la primera subida, el Montagut. Ruido de desviadores y ya se empiezan a vislumbrar los primeros pinchazos e incluso partidas de cadenas. El pelotón se estira hasta formarse un auténtico paso de Semana Santa. Todos por la senda con la burra a cuestas. Algunos valientes (o quizá osados), pidiendo paso. A Tendero, que había seguido el ritmo de los primeros de la fila, lo veo con la burra panza arriba, intentando colocar la cadena en su sitio. Acabamos el ascenso para iniciar el breve descenso que nos lleva al asfalto de la Lloma de la Xirixola, una subidita que, a pesar de ser breve, es un pinchazo a la moral. Seguimos la ascensión por un camino paralelo a este último y allí, en la parte alta, encuentro a mi tía Elia que comienza a animarme, con lo cual no sólo subo la rampa de un tirón sino que también hago el descenso que acaba en la rambla como si fuera uno de los dos hermanos Misser, adelantando a un biker y a Tendero. Seguimos la senda y me noto pesado. Noto como si llevara un peso extra, un lastre que.... Mierrrrrda!! Miro la rueda trasera y veo que ha perdido presión. Lo que faltaba!! Un pinchazo!! Se lo comento a Tendero y me dice que si, que parece que voy pinchado. Me bajo y lo compruebo. Efectivamente, la rueda había perdido una presión considerable. Pienso rápidamente y decido no cambiarla, lo que dure, dure. Subo e inicio la ascensión a una loma que rodea el Cid, eso sí, sin dejar de mirar obsesivamente la cubierta trasera y pensar "por qué me ha tocado a mi, ahora que me empezaba a encontrar bien?". Sigo adelante no sin dejar de ver el paisaje que acaba enturbiándose debido a las gotas de sudor que caen sobre las gafas. El esfuerzo está siendo considerable. Acabamos llegando a una "senda de cazadores", que fue tal y como la nombró ayer mi primo, y que no es más que una senda que en ocasiones se vuelve impracticable para el biker, por lo que prácticamente acabamos haciéndola todos andando con la burra a cuestas. Finalmente, al llegar a la cima, empieza un descenso que para mi fue lo mejor de la carrera, tanto por el paisaje como por la dificultad que en algunos tramos supone. Y digo lo de dificultad porque en uno de los momentos de dicho descenso, vi como el biker que iba delante de mi saltó por encima de la burra y se fue barranco abajo, mientras maldecía el freno de la bici. Le pregunto si estaba bien, a lo que me responde que sí, que no ha sido nada, pero que la bici blablabla... Siempre la culpa la tiene la bici... Continúo mi marcha esta vez mentalizado en la carrera, ya que observo que voy adelantando a mucha gente, y las pulsaciones han bajado. Enfilamos unas trialeras que tambíen desconocía y nuevamente una subida en senda, que acaba en un descenso que nos lleva a la rambla que el domingo pasado había disfrutado con el Bere. Saco todo el provecho de esa zona, llegando al avituallamiento. Observo al Kalifa que me saluda y me sonríe. Saludo yo también pero sigo, porque si me paro, la rueda se deshincha... Sigo esta vez en solitario y en un momento me encuentro en Bateig, enfilando la senda del Kalifa. Me preparo para gozar del descenso, que no puedo llegar a disfrutar del todo ya que me encuentro con tímidos bikers que no se atreven a sacar el máximo provecho de esta bajada.
Una vez acabado el recorrido, comienzan a asaltarme las preguntas que había tenido la noche anterior: vale, José, estás en el kilómetro 21.6, quedan aún 18.4 km., tú vas hecho un asquito, tu rueda trasera te está dando una tregua momentánea y según el perfil, aún nos queda una "subida potente". Me paro nuevamente a hinchar la rueda, pues la llanta se aproxima al suelo peligrosamente, amenazando con pellizcar la cámara. Me autoconvenzo de que la cosa no está tan mal y saco fuerzas para seguir. Empiezan subidas que en condiciones normales son "rampitas de mala muerte", pero que ahora son auténticas paredes. El frío de la mañana hacía rato que se había transformado en calor agobiante, y, para colmo, yo era "el hombre de negro"... Doy un sorbo al Camelbak y me doy cuenta de que me quedan un par de tragos, tres como mucho... Acabo dando con Tendero y le adelanto en una bajada trialerosa que acaba en el río, y juntos afrontamos la última subida: la Mola. El pequeño tramo que cojemos recién asfaltado me sabe a gloria, a pesar de mi aprehensión al alquitrán. Inexplicablemente saco fuerzas y la subo casi sin problemas. A continuación descenso y de nuevo enfilamos el camino del río para acabar en la senda que lo bordea. Aqui empezaría mi peor momento de la carrera. Íbamos llaneando un biker y yo entre el destrozado camino (si es que se le puede llamar camino a eso), a velocidades de entre 30 y 35 km/h., hasta que en un pequeño salto, el chaval acaba degustando el polvo de mármol que ensuciaba nuestras cansadas piernas. Le comento si todo va bien y me dice que no ha sido nada, que el problema es que la bici es de su "cuñao" y que "ya verás tú cuando la vea"... Mira chaval, no es por nada, pero tu vida privada no me importa, déjame pasar porque además de tener la cámara trasera pinchada, empiezo a sentirme "pinchado" yo... Y nada más lejos de la realidad: comienzo a sentir frío en las piernas (quizá el previo a un pajarón que hasta el día de hoy no he sufrido aún), apuro el último trago y me autoconvenzo de que según el pulsómetro, tan sólo quedan 4 km. para meta. Pero vaya 4 km... Dando botes sin parar y maldiciendo el camino por el que nos han metido. Incluso acabamos teniendo que cruzar el río por un tramo enfangado y lleno de lodo, que cruzo mientras me hacen una foto. Termino el diabólico tramo y me sitúo en el camino donde ya acaba el infierno, donde está la meta, esperándome, como si fueran las puertas del mismísimo paraíso. Saco fuerzas de flaqueza y doy todo lo que me queda, hasta que entro, triunfalmente. Es una sensación muy curiosa la que se siente al pasar por meta. Indescriptible. Si, ya está, ya he llegado. Se acabó. Entro y voy con la mirada perdida buscando un lugar donde dejar la bici y cojer algo de comida y bebida. Empiezo a comer y no paro, incluso con cierta avaricia. Un hombre mayor que estaba sirviendo me dice: Vols Coca-cola? Et vindrá molt bé!. Miraba al benévolo anciano viendo ante mí a mi ángel salvador, con los ojos como platos y una sonrisa de oreja a oreja. Al final, dos vasos enormes de Coca-cola, dos trozos de coca y medio plátano, además de una lata de bebida isotónica y un botellín de agua. Ya recuperados, a comentar la carrera con el resto de roteros y, finalmente para casa, no sin antes disfrutar de un relajante masaje.
Una jornada agradable aunque no exenta de sufrimiento, pero que, al fin y al cabo, forma parte del sacrificio "agradable" de un rotero. Es una especie de "masoquismo" que te incita a repetir tan pronto sea posible. Pienso que ha sido una lástima no haber contado con el "pitidito cojonero" del pulsometrín Berenguelaico. Pero la próxima marcha será. N'hi ha més marches que llonganisses. Llonganisses? Mmmmh, qué bó!!. Vaig per una!.
Cuando uno termina la marcha y habla con el resto de compañeros, se pone a imaginar la marcha del otro. Tú la has descrito con tal destreza, que es como si hubiera ido en tu propio casco.
ResponderEliminarCuando he empezado a leerla me he jurado a mi mismo, no redactar mi propia "marxa experience", pero voy a intentar compartir también mis sensaciones tal y como queamos ayer. Con el objetivo de que la gente vea que ayer no hubo una, sino trescientas setenta y cinco. una por cada biker que surcó los senderos novelderos.
Magistral lectura. La he disfrutado como un enano.