Parece que continuamos con la tradición: arreglando pinchazos antes de rotar. Es el panorama que me encuentro cuando llego a la Tahona. Comentarios, risas, hinchador petao… Antes de llenarme el bidón de aquarius, Jose ya ha terminado la reparación.
Es hora de meterse unas cuantas trialeras entre pecho y espalda, por eso nos dirigimos hoy hacia el vecino poble canterer, Agost, para meternos de lleno en nuestro escenario de montañas preferido: el triángulo formado por Catí, el Palomaret y el Cid.
Quizá por exceso de sueño, el ancho de nuestras cubiertas endureras, nuestra falta de costumbre para rodar en grupo por carretera, o una mezcla de todos estos factores, provocaron que Tendero (rotero inédito) y un servidor, besaran duro asfalto y verde cuneta, respectivamente. Los resultados eran un tanto desalentadores, teniendo en cuenta que en tres kms ya se había arreglado un pinchazo y sufrido un hostión in the flower biplaza. Huevo importante en la rodilla izquierda y tiras de bacon en talón, muslo y riñones a parte, el grupo de roteros alcanza la Vía Verde del Maigmó en poco tiempo. El ritmo es alto. Berenguelo y yo hablamos. Joder, como tiran estos dos de delante. El ruido de tierra bajo nuestras cubiertas y la vista de l’Estret nos animan. Vamos cogiendo el tono. 14 kms a la entrada de la Vía Verde. Kilómetro 24.6, giro a la izquierda picando hacia arriba. Tendero quiere irse con unas chatis que se van Vía arriba. “Tendero aplícate hielo y vamos p’arriba, que te va a subir la temperatura en exceso antes de coronar Catí”.
Camino roto. Tajo bestial. Plegamiento de libro. Fotos preciosas. Mi mente se siente observada por una manada de arruís, pero mis ojos no alcanzan a verlos.
Al Berenguelo se le informa del contenido de la subida que tras las verticales paredes de l’Estret nos espera: “tres subidas a tramos, sostenida pero no muy dura”. Resultó ser una mentira. Tras el informe montamos de nuevo en las burras y se produce una selección natural en el grupo. Absorto, me fijo en el impresionante contraste de la sierra que atravesamos. Matorral de solana compuesto por esparto, coscoja y lentisco, y umbría densa de pino carrasco y enebro. “Bonita variedad” pienso, mientras alzo la vista y le comento al Berenguelo que la senda que aparece junto a un barranco es la desembocadura del Coll de la Xau sobre el camino que ahora pisamos, conocido como el “de los pollos”. 200 metros delante, Tendero y Jose libran una encarnizada batalla.
Desde aquí hasta el collado 300 mts más arriba, mi memoria está incompleta. Recuerdo vagamente un 4x4 a mitad de camino con caras risueñas en su interior, el escenario de una foto histórica vista con mi primo la noche anterior, dos impresionantes repechos poco rotables al 25% con el Berenguelo estampado en mi mente, alguien sacando agua de un vetusto aljibe, y una alegría contenida al entender la suerte de conservar tan bellos parajes tan cerca de casa.
El viento nos aclara la mente. Ya estamos arriba. El Berenguelo llega alentado por sus compañeros. Como si estuviese coronando el mismísimo Pordoi o l amítica Marmolada.
El gesto de proeza se torna preocupación en Tendero, al conocer la próxima misión que nos espera: atravesar kilómetros de senderos y trialeras en estas tierras de Mordor.
Ermita de Catí. Algunos pasan sin mirar. Indico a mi amigo nombres de hitos paisajísticos dentro de este escaso horizonte. Sí, soy un pesado ya lo sé, pero qué se le va hacer…
En mitad del viento nos asomamos al borde del Calafate. Senda abajo, de las que hacen afición. Paralelamente a nosotros transcurren dos senderistas por el camino. Extrañados, como si se hubieran cambiado los papeles “¿no deberíamos ir por ahí nosotros?”.
Dos grupos de senderistas más antes de llegar a la Trialera de los clavos de Cristo. La prohibición de rotar en la mente de todos. Quejas de senderistas que no logro comprender. Conocemos las reglas del camino. Las respetamos, por eso doy las gracias a cada uno de ellos que nos ceden amablemente el paso. Pese a todo, critican el estado del sendero y fijan sus miradas hacia nosotros como principales culpables, sin pensar eso sí, que el sendero atraviesa una zona calcárea muy rota, y que el desnivel es elevado y no cuenta con ninguna desviación para el agua.
Los clavos de Cristo atemorizaron al personal, salvo a Jose, que los baja con suma precisión. Yo decido a girar antes del inicio de la trialera, con la esperanza de encontrar una buena alternativa. Y la encuentro. Una senda de buen firme con peraltes y cómo no… más clavos. ¿Trampas antibikers o incosciencia de pseudoconstructores de senderos?
Sin darnos cuenta charlamos animadamente en Rabosa, entre bocatas, bolsas de patatas y un buen plato de ensaladilla. Tendero se gana la reprimenda del grupo ante su excesiva frugalidad.
Camino abajo, sombras de oscuros recuerdos en Biar nos azotan de nuevo. No. No se ha partido la cadena. Senda guapa y epeleolobike. Cuestas y terraplenes. MTB en estado de gracia. Rincón Bello. Tendero se quiere quedar haciendo compañía a unas bellas. Trialerón hacia abajo. Intuyo que algún día fue un camino. El grupo de roteros está exultante. Sabemos que hoy nos saldrá un rutón en toda regla. Alcanzamos la Vía Verde y… vuelta a empezar.
65 kilómetros de ruta con una guapa ascensión de 400 metros de desnivel en 8 kilómetros, y trialeras machaconas de las que hacen afición. Todo a una media de 17 km/h.
Sí. Una rotada en toda regla.