A perpetuidad se quedaron aquellas dos descomunales rocas. Desafiantes. Apabullantes. Pocas paredes imponen tanto respeto en muchos cientos de kilómetros a la redonda. Sus desniveles desde sus raíces alcanzan los 1200 metros verticales, una cifra comparable incluso con buenos piedros pirenaicos, como pirenaico resulta el aspecto de una de ellas, y dolomítico la otra. A mitad de camino un par de collados que más que servir de separación, sirven de nexo de unión entre picos hermanos. La poderosa naturaleza calcárea dibujó sus líneas en sentido ascendente, y el modelado pincelado por el agua paciente y el constante viento de levante, agilizó el camino hacia la obra de arte.

Altiva la más grande, se diría que es todo un símbolo para esta porción terruna clavada en el mar, y por si faltaba poco para el escultor que la modeló, ahí va también la existencia de un paso en forma de brecha, como en las grandes cordilleras, que alimente la leyenda y le dé pulcritud al drama venido a menos, del atardecer mediterráneo.

La naturaleza puso el lienzo, y miles de generaciones hicieron sus trazos lineales y curvilíneos, alzando junto al drenaje de sus arterias fluviales toda una red de senderos afectos al territorio, que nos sirven a nosotros, como legado brutal en forma de patio de juego.

No será fácil la contienda, pero nos apetece pensar en nuestras cosas allí arriba. Si se dejan, y la conversación es fluida, en darnos cuenta deberíamos sorprendernos nuevamente del paisaje de costa y montaña que poseemos, brindando con el líquido dulce de viñas centenarias apostilladas abajo, y comentando qué grande es esto del bicimontañismo entre colegas, y qué bonito está hoy el Ponoig, y la semana que viene su hermano Puig Campana.