El afán de conquista siempre ha seducido al ser humano. Sorprender a los sentidos con nuevas experiencias es una golosina siempre presente en el paladar que incita al bocado en todo momento. Y como seres de costumbres que somos, no podemos renunciar al indescriptible placer de saborear algo nuevo. Y si hablamos del rotero, reafirmo al 200% todo lo suscrito.

Trasladando estos comentarios al campo bicicleteril, que es el que nos interesa, todo comienza desde el primer momento en el que tus padres te regalan ese aparatejo con dos ruedas y dos ruedines llamado bici. En tiempos en los que la playstation y los ciberjuegos no existían, doy fe de que era el regalo más preciado de un chaval. Ojos como platos, lágrimas de alegría asomando entre los párpados y el rostro resplandeciente de felicidad son los aspectos fundamentales de esta rara enfermedad. Y, tras esto, la maquinaria se pone en marcha. No hay vuelta atrás. Ya hemos "picado". Un aluvión de nuevas experiencias y una indescriptible sensación de libertad (multiplicada por mil cuando esos ruedines te hacen pasar a la siguiente pantalla), te abren un inagotable abanico de posibilidades. Ahora ya tienes la herramienta para "conquistar". Los amiguetes han recibido el mismo regalo. Perfecto. El grupeto ya se ha consolidado.

El rotero es un conquistador nato. La investigancia siempre supone un placer para los sentidos, que responde al siguiente ritual:

• Parte 1: admirar desde las faldas de la montaña, la cima que espera nuestra visita. Aquí comienza el "desafío" que acepta el rotero. Ese pedrolo que se encuentra en lo más alto pasa a ser el más preciado tesoro, el objetivo que se graba a fuego en la mente y que, sea como sea, en un rato será palpado y añadido a la saca. Una bandera invisible se clavará y otro éxito "en la butxaca". Prueba superada.
  
• Parte 2: contemplar el paisaje que envuelve a la bajal una vez arriba, a la vez que valorar el grado de esfuerzo que ha supuesto llegar hasta lo más alto. Es en este momento cuando, mientras notas cómo las pulsaciones de tu corazón van bajando, empiezas a notar ese hormigueo de satisfacción que te hace comprender lo más grande de este deporte: has subido por tus propios medios allí, sin importar si la bici iba entre tus piernas o apoyada en tu hombro, y si había o no senda. El caso es que has llegado, has vencido tu lucha con el monte y ahora él se rinde a tus pies, al tiempo que vuelve a plantearte un nuevo desafío: la bajal. Por tanto, a colocarse las debidas protecciones y a tratar de que impere el sentido común, algo que se convierte en árdua labor en ocasiones. Pero primero a disfrutar del momento de sentirse allá en todo lo alto, más cerca del cielo que de costumbre.
  
• Parte 3: la bajal, ese ser pétreo de las mil caras, tan capaz de seducirte y hacerte gritar de júbilo como de, al mismo tiempo, convertirse en tu peor pesadilla, devolviéndote el exceso de confianza y la pérdida de respeto con un frío bofetón a modo de galleta. Por tanto, hay que andarse con ojo con esta chica de armas tomar... Estamos ante una prueba, otro nuevo desafío similar a la subida pero con ese punto picantón que supone el riesgo de la caída, a cambio de saborear las mieles de la gloria.
  
• Parte 4: buscar un lugar para sacar el mejor encuadre fotogénico. Y es que estamos frente a un entorno paradisíaco, ante un milagro de la creación, pues cada montaña es única y esconde unos detalles que la hacen digna de admiración. Y sacar al mendrugo de turno intentando sortear los obstáculos naturales con un telón de fondo de ese calibre, hará que la foto sea lo más atractiva posible. Esas piedras están puestas ahí a conciencia. El medio ha de quedar intacto e inalterable.
  
• Parte 5: reparto de responsabilidades: mientras unos quedan encargados de inmortalizar el momento para posterior gloria de los presentes en las galerías de fotos del blog, otros a los que en breve les llegará su turno, reciben la tarea de colocarse en lugares estratégicos de la bajal a fin de evitar males mayores en caso de que se produzca algún error durante la trazada a quien está "en el ajo".
  
• Parte 6: aplaudir al compañero viendo cómo se fuma la trialera como si nada, volver a subir si no ha salido como se esperaba, volver a subir si la has hecho bien pero has visto otra trazada, volver a subir porque te has engorrinao inevitablemente y necesitas otra dosis de yolos... Es aquí cuando se produce un tráfico de gentuza subiendo y bajando, con colas similares a las del INEM esperando el ansiado turno... Todo ello en apenas 3 m². Esto es un fenómeno que hace único al rotero, amén de lo que se ha comentado más arriba. Y a los hechos me remito.

...Y así es como el rotero disfruta de sus rotadas, y así es como el monte regala a quienes le respetan todo su repertorio de paisajes y diversión, y así es como se produce esa simbiosis tan característica de la que todos salimos beneficiados. Y así es como conquistar se convierte en respetar, y viceversa.