
El rayo de hace un momento me indica que hemos hecho lo debido. Aunque nos joda, oír el estampido bajo techo recién salido de una reconfortante ducha de agua caliente es mejor que sentirlo cerca en pleno campo. Ahí la pelea sí puede ser fraticida.
Nos las prometíamos felices un puñado de roteros esta tarde. Nada como empezar la semana dando pedales y partiendo piedras entre colegas. Pero el toldo de Camy de la terraza a la hora del café, ya decía que poco sol iba a tapar hoy. Entre decidir dónde íbamos y cruzar horarios con quien se nos unía en un rato, se pierde un tiempo que hoy ha sido crucial. Con solo enfilar la calle ya hemos visto que el aspecto del cielo era más negro que los angelitos de la guarda de Billy Cosby.
Por causas que se desconocen, la verdad es que la calle Emilio Castelar sonaba a decididos tacos gordos, y la gente miraba como con un "¿dónde c... van éstos?". Ya fuera del pueblo, justo al pasar por ese descomunal eucaliptus al borde de una antigua acequia, una llamada a un móvil laboral informa de la que está cayendo en la capital de las Highlands, mientras mi visión alcanza a ver a los dos de delante, que tras un breve altozano tienen como telón de fondo una Mola blanca inmaculada, y un cielo como el de la Trilogía del Señor de los Anillos. Por si faltaba poco, un trueno del tamaño de las patillas de un Geyperman Legionario nos enciende el botón de "Salida de Emergencia".
Lo que viene después es un poco kafkiano, y hasta si se me apura de película de Berlanga: un patrol picolesco en un recodo del camino comiéndose... la mona sin chocolate, un Dragon Kan que sale de la nada con piedros como melones, olor a viento chungo, comida de bola sobre un episodio tormentoso y nefasto en Serrella y otro en el Collado del Santo, un afán por buscar sendas entre huertas y viñedos aún por despampolar, un quiero y no puedo en forma de lenta agonía, "busca otra senda!!!", "tira por la del río manque haigan caparras!!!"... y a la altura del pueblo, la verdad en forma de pájaros volando alto y un horizonte que amenaza con plantarse en nuestra cocorota a la que diga "que voy!".
Sin embargo, la despedida anticipada, cariacontecida y sin lluvia todavía, hace que mentalmente nos digamos "por Dios que llueva! que lluevaaaaaa!". Sin ella no habrá cohartada.
Y doy fe que llover, aunque menos de lo previsto, ha llovido.