Recorro un oleaje intempestivo de blogs que emanan el verdadero espíritu del mtb por los cuatro costados de mi pantalla. Blog, palabreja inmunda sin aparente significado, que sin embargo me transmite vivencias a lomos de bicis de montaña aunque permanezca sentado en mi sofá, y no sobre el sufrido sillín de mi montura.

Desde el lejano Colorado, siguiendo a quien su vida parece un sueño y la escribe para deleite de los que a menudo osamos surcar a la hora que sea, su rincón virtual; pasando por un errático sendero navarro entre hayedos esperpénticamente verdes, en estas tardes de un ya, avanzado junio. Y me detengo cómo no, en uno de esos lugares de parada y lectura obligatoria, donde se ha reivindicado una zona prepirenaica como jamás lo haría ningún político. Qué digo! tan somera comparación no merece siquiera ser pensada, pero sí viene a reflejar cómo hermosas palabras escritas por quien siente el terruño como una prolongación de su cuerpo y mente, combinada con osadas fotografías, han logrado situar un pequeño pueblo de la ladera pirenaica oscense, dentro de la cobertura biker. Ignorantes nosotros, que no lo sabíamos, cuando allá andaban ya desde los tiempos de los rastrales puliendo sendas a golpe de pedal.

Y claro, ante semejante oleaje uno cae exhausto. Y piensa la tremenda suerte que tienen quienes hablan y relatan sus vivencias en sus blogs, de vivir donde viven. Me relajo, pienso, cierro los ojos y nos veo, como teletransportado, surcando cientos de flores de papel en las jaras. Enganchándonos con ramas de pinos que rezuman... olor a pino, claro! Y alcanzo a recordar esa semisiesta mientras un amigo insufla aire a su rueda, dejándote llevar por el canto de los pájaros, sintiendo el aire en la nariz y el tenue calor del sol que se escapa entre las aberturas que cede la carrasca debajo de la cual... casi soñaba.

Y es entonces cuando repaso fotos, me sumerjo en este nuestro rincón particular en el ciberespacio espacial, y leo relatos de montañas legendarias, resuellan los canchales calizos de la Serrella como si fuese ayer, oigo caer en 10 piletas las aguas de Forata, y a lo lejos incluso se aprecia el salitre marino sentido en esas sendas benidormenses. Y floto. Lo juro. Floto.
Y es entonces cuando pienso, que quizá nuestras sierras no pertenezcan a una famosa cordillera, que quizá no salgan en las enciclopedias alpinas, ni las panorámicas se asomen a un cañón remoto norteamericano. Pero quizá decía, aquí y ahora, con cada golpe de pedal transcrito en cada golpe de teclado, estemos transmitiendo al mundo entero... lo que nosotros mismos buscamos ahí afuera mientras recorremos un oleaje intempestivo de blogs.

Y con ello... el verdadero espíritu del mtb.