Habrás de cruzar una avenida de cuatro carriles, dos en cada sentido. Separando ambos, una medianera vegetal venida a menos. Nunca sabremos si por causa de la pertinaz sequía, o porque el jardinero cayó en el enésimo ERE. Qué más da, de todas formas, las vallas metálicas sujetas por pies de obra no permiten entrar motorizado, que es lo que se lleva en este rincón del planeta, aprendiz de Las Vegas y primo lejano de un Hong Kong occidentaloide.

La osadía del hombre yace justo al lado. Si cruzas la avenida lo podrás comprobar. No, no son los 186 metros de ese famoso hotel, tampoco las dos torres de enfrente. Me refiero a la plantación de chalets adosados, o mejor, acosados, que destruye, rompe y osa tocarle las pelotas, a todo un fiero "León Dormido" mironiano. De piedra caliza, para más señas.

A veces lo miro y lo veo taciturno, lo veo desgraciado, lo veo triste. Otras, las menos, todo hay que decirlo, lo miro y lo veo cabreado, altivo como él solo, amenazante. Quién sabe, lo mismo llegará el día en que la osadía saldrá cara, en que haber plantado cemento donde debían haber raíces, será una especie de Torre de Babel y si hay Dios y existe, lo mismo le dé por partir en pedazos aquella mole orgullosa poniendo las cosas en su sitio. Para aquel entonces, solo deseo por evitar la tragedia, que esto que llaman crisis haya tocado tanto fondo, que los rubios de ojos azules habitantes de muy lejos, hayan dejado vacío el salón con moqueta y vistas a dos mundos: uno real y otro irreal. 

Quizá después, cuando la lluvia, el viento y la nieve haya arreciado de nuevo durante siglos, quién sabe si la raza humana será capaz de trazar senderos sustentables, del agrado del "León Dormido". Quién sabe si por aquél entonces seguirán existiendo las bicis. Suerte la suya. Del León, digo.