ENDURO MEDITERRÁNEO BESTIA: Asalto a la Serrella.
No sé lo que es el enduro, ni tan siquiera sé si lo que hemos hecho hoy se puede calificar como mountain bike. De hecho, dudo que exista ninguna palabra que resuma de algún modo, lo que nuestros heridos cuerpos han sufrido en plena Montaña Alicantina.
Estoy cansado de oír hablar de esta tierra como de algo inerte, cementado, que solo cuenta con una línea de playa y un sol justiciero. Quizá por ello en nuestras cabezas rondaba plantear algo épico por la madre de todas las sierras de la Marina: la Serrella. Quizá también, para darnos cuenta definitivamente, que esas afirmaciones no son ciertas. Y no sé si para bien o para mal, nos hemos encaramado a ella toda una cuadrilla de pirados por las bicis de ruedas gordas.
El día empezó temprano, a hora y cuarto de coche de Novelda nos queda aquel reino de rocas y salvias, así que tocó madrugar más de la cuenta y cargar las burras. Durante toda la semana se ha venido calificando esta rotada como un “suicidio colectivo”, lo cual no hacía sino presagiar dolor, mucho dolor. El caso es que por una extraña razón, a este masoquismo rotero se han sentido irremediablemente atraídos 4 alcoyanos más, que no quisieron perderse la batalla.
La primera sorpresa del día nos la casca el Zambu, que saca a las 8,15 de la mañana una soberana botella de anís-paloma, a la cual claro está, no se le hace ningún asco. La segunda sorpresa, esta menos agradable, nos la da Jose, que nos hace echar mano de un buen amigo permitiéndole rotar hoy. Mil gracias Toni por esas zapatillas prestadas.
El grupo se parte inicialmente y tras los tragos de paloma –bebida espirituosa que te alegra al instante- partimos por donde los profesionales han surcado cienes y cienes de veces sus flacas. No es buen hábitat para una Jai Alai Roller de 2,35, pero es lo que hay. El caso es que las risas y el buen ambiente reducen los 12 kms del Port de Confrides a un mero calentamiento, allí arriba nos congratulamos del festín que nos han preparado los alcoyanos en el almuerzo. Escondida en unas matas, aparece una nevera llena de cervezas, hielos varios, bebidas isotónicas y agua fresca, que dejaron en el Puerto camino de Benimantell, pueblo de encuentro. Chapó!
Empezamos a ascender Serrella compartiendo unos minutos con un incombustible checo, que con bici prestada ha dado una lección de pundonor al grupeto. Me dice que las colinas que rodean Praga, poco o nada tienen que ver con los descomunales mogotes de calizas que inundan nuestra zona. Así, mientras hablamos y ascendemos progresivamente por un camino errático, vemos como las rocas inundan ya todo el paisaje. Pinares de montaña, negros bandos de chovas, sudor, eructos, fotazas… Primer escollo salvado, estamos a casi 1200 mts sobre el Mediterráneo que yace allá al fondo, quieto, asaltado por miles de europeos con la piel más roja que las cigalas que se zamparon ayer. El Pla de la Casa, la cumbre más alta de la sierra, permanece a un lado, inexpugnable. Descansillo, miradas pidiendo batalla, y un sendero que se abre ante nuestros ojos y se torna no rotable obligándonos a levantar la burra al estilo del Sobrarbe durante un rato, por un canchal inabarcable. Hay tanta belleza en el entorno, que casi duele mirar. Uno no puede verlo todo y grabarlo en el disco duro de su cabezota por más que quiera. Me quedo el último viendo como el grupo empieza a subir impenitentemente por el canchal formado por miles de heladas nocturnas, y me sorprendo a mi mismo con una sonrisa en la cara. “Jodo, ¿a qué viene esta cara de felicidad con lo que tenemos por delante?”. Yeti al hombro y a seguir al compañero que va por delante. Solo se oye el ruido que desprenden los pies sobre las piedras calizas.
Se acaba momentáneamente el suplicio y retozamos ahora sobre el Portet de Fageca, antigua conexión entre valles por épico sendero. Cierro los ojos y me parece oír a Heydi. No, es el Juanako que hace cien preguntas en menos de un minuto, en un alarde de nerviosismo ante lo que nuestros ojos ven. En un rellano decidimos con ciertas dudas seguir un sendero precioso que tras una bajada espectacular, nos deja a los pies del escollo a priori más duro de la jornada: la Mallà del Llop. “Hay fitas de roca”, dice Ruben a Jordi. “Pues nada, habrá que ver dónde llevan”, contesta otro. La otra opción se antoja descabellada, pues el retazo de senda sube a plomo por una descomunal ladera de roca, que pondría a prueba al mismísimo Legolas el Elfo, así que libro de filosofía tema 1: los presocráticos, y poco a poco.
Fila de a uno, procesión sin cirios. Sobrarbe aquí presente, síganme los buenos. “Perdona a tu pueblo señor, perdoooona a tu pueblo, perdónale señor”, se canta entre risas, pero el caso es que hasta el más ácrata cumple con su penitencia. Paso a paso, vamos ganando altura. Los pueblos moriscos del Valle ahora son manchas blancas sobre el paisaje, el Pantano de Guadalest tan solo un mero espejismo. Javi, el rotógrafo, dice que a la próxima épica no viene, que si no tiene boda para fotografiar se la inventa. No se lo cree ni él.
Si algo caracteriza a estas montañas es por su aroma. No en vano es la cuna del herbero, otro brebaje mágico de la zona, hecho con miles de plantas que a estas alturas del año desprenden un olor mezcla de manzanillas, romeros, tomillos y salvias. Solo nos falta mascar hojas de coca como en los Andes, pues no sé si por la altura o por la inclinación del terreno, mi hombro cada vez se vuelve más inestable y me veo recogiendo la burra por piezas 500 metros más abajo.
De nuevo me espero y los veo. En fila de a uno suben palmo a palmo de canchal, ganando metro a metro la descomunal fuerza pétrea de la Serrella. “Nos vas a costar, pero te vamos a desvirgar, cebrona”, le digo desafiante a ese pedazo de bloque que parece caer a plomo sobre el quieto Mediterráneo, que por la neblina no se ve, pero se intuye. Lo sigo flipando, parece que lleven crampones, clavan sus pies sobre las piedras, y siguen subiendo, sin rechistar, sin aspavientos. Me parece incluso oír que ríen. Están locos estos romanos. El grupo de proscritos se alarga hasta perder comba. Por el lomo sur atravesamos nuevos canchales y un bosquete de arces. Vértigo. No sé por qué me da la risa. Miro atrás, Josele está como poseído, con los ojos cerrados dice que por fin ha descubierto a qué huelen las nubes. “Venga, que lo que hueles son cagadas de arruís y hacen un pestazo que te mueres”. La gente que ya está arriba pega alaridos a quienes llevan la burra a hombros, como a los toreros. “¿Por dónde hostias habéis subido?”, y en cuanto me doy cuenta estoy haciendo equilibrio a un tris de irme para siempre. “Coño cómo pesa la burra”. Gritos de “aúpa!” y cuando llego al cordal, me digo a mi mismo que me esparzan por aquí cuando me mude de barrio. A Juanako hace rato que no lo vemos, ni lo oímos, lo cual es más sorprendente. Tras unos segundos que se hacen eternos, aparece una rueda entre los arbustos. Exhausto, llega arriba. Trípode, cámara y fotaza de grupo.
Seguimos por el cordal de la sierra durante un rato bajo una sensación impresionante. La misma que te dice que estás haciendo algo grande, la misma que hace que esboces una sonrisa cuando casi no puedes ni dar pedales. Qué grande es la bici de montaña, que a poco que le des, te teletransporta a sitios inimaginables. Quiero quedarme con todo estos momentos, grabarlos para siempre. Colgados a 1300 mts de altura, sobre un mar de montañas, con tus colegas de siempre, y a pedales…
Son casi las dos de la tarde cuando vemos que la Mallà del Llop, la cima donde según cuentan hace 50 años cazaron el último lobo alicantino, es dominable, en un último esfuerzo y a golpe de riñón alcanzo el final. Paro, resuello, toso, escupo, y oigo el grito de “Secre levanta la burra!!”. Y como Rocky Balboa allá que voy y hasta casi la manteo, dando como resultado la mejor foto que me hayan hecho nunca.
Reunión en la cima redondeada, masacrada por el viento, el frío, la nieve invernal y el sol abrasador del verano. Los pastos están agostados, pero el contraste con la vegetación de alta montaña, da como resultado postales que parecen sacadas del mismísimo Atlas. Despliegue de masas, bocatas, bolsas con todo tipo de mejunjes, alguien que saca bacalao enlatado cuando andamos más hidropetados que una Marzocchi 55 ATA…
La niebla se apodera de nosotros mientras nos calzamos las protecciones y le tiendo la mano al Gotxo. Hasta el día parece pirenaico. Desde aquí arriba reivindicamos un más que merecido reconocimiento a estas montañas mediterráneas, que por su cercanía al viejo mare nostrum jamás serán elevadas en altura, pero permanecerán siempre grandes en vigorosidad y eternamente cargadas de leyendas. Creo que ya estoy endorfinando, pero lo hago aún más cuando en mitad de la quietud de la niebla iniciamos el brutal descenso hacia el Valle. Un rastro nos permite buscar nuestro punto de encuentro con el Barranc de la Canal, cuyo aspecto se asemeja a un potente glaciar en forma de U, y en el que pacen ganados que campan a sus anchas. Iniciamos con el descenso, la calamitosa concatenación de pinchazos.
La Canal se abre grandiosa, es mucho más de lo que nos esperábamos. Aquí parece que no ha pasado nadie en semanas. Tomamos un antiguo sendero que desde los pueblos de abajo, tomaban los nevaters para coger la nieve acumulada durante el invierno en los dos pozos que esconde el barranco. Tras una primera parte cargada de diabluras en forma de trialera que nos hace chillar como desgraciados y flipamos con el estilazo de Kiko, paramos en una roca avistando la descomunalidad en forma de millones de aliagas, que más abajo, nos esperan. “Tíos, estamos en el puto Reino de Mordor”. Y nos miramos acojonados. La senda se pierde en la nada, hay que ir buscando el trazado confuso, y cada uno se reagrupa viniendo por un sitio distinto. Parcelazos varios, un disco trasero doblado, varios pinchazos más y olor a pastilla fundida.
Volviendo la vista atrás vemos a alguien que sendero abajo se dirige hacia nosotros, ya no sé si es un senderista o un orco de verdad. Proseguimos, atravesamos un par de nacimientos de agua, la visión cambia, el roquedo se torna más poderoso, y ya no podemos más que poner pie a tierra. Millones de agujas nos destrozan piernas y brazos. Tengo pinchos hasta en las gafas. “Épico! esto es épico señores!” grita alguien. El Rotógrafo dice que a la próxima se va a una boda y que pasa hasta el hojaldre de nosotros. No se lo cree ni él. Nos reagrupamos fundidos sobre las ruinas de unos corrales, atrapados entre un ejército de aliagas que a veces, nos llegan por el hombro. Cometemos el error de tratar de salir de allí por donde se supone que continuaba la senda, y en poco menos de dos minutos perdemos a la gente entre una maraña de zarzales. Estamos nerviosos, no podemos salir de ese horizonte limitado. Gritamos de dolor, chorreamos sangre por cada trozo de piel que asoma. El checo va sin protecciones y sin embargo no se queja. Algunos bajan los muretes de piedra que sostenían los antiguos bancales tirando la bici directamente sobre los matorrales. El grupo agoniza. Momentos de tensión, ceños fruncidos.
Encontramos salida en una aparente camino que reconduce la situación cuesta arriba. El Rotógrafo y Juanako se han perdido en mitad de un pinar preñado de aliagas, mientras tratamos de buscarlos con la mirada y arreglamos el enésimo pinchazo. A Javi se le hace tarde, tiene que estar en un par de horas currando. Lorenzo está pegando de lleno por primera vez en todo el día, el final de la Canal se convierte en una olla a presión. Pero vemos de pronto la luz en forma de camino, y dando ánimos a los más desfallecidos emprendemos un ascenso para salir de allí y buscar un collado que nos devuelva al paraíso. No habla nadie, solo se miran relojes, se comen barritas, y se pide agua al compañero. Zambullo saca una botella de la nada, y lo alabamos como si fuese el mismísimo Maradona. La hidropetación es lo que tiene.
Salimos al collado y pasamos a los que iban delante, que de nuevo han pinchado, vamos con prisa. Desde aquí un torbellino de recuerdos: unos que se quedan a por el merecido baño en el río, y otros a toda hostia, bordeando el pantano, saltando por donde supuestamente debería haber un camino y no está por las trombas del otoño pasado. Nuevo camino entre pinos, olivos, airecillo de levante que no tapa el sudor… y Benimantell que aparece de la nada.
Solo queda tiempo para medio despedirnos de los alcoyanos, decirles hasta otra, volver la vista atrás, guiñarle un ojo a la Serrella y musitarle al oído: “te dije que no podrías con nosotros”, haciéndole una reverencia eso sí, por haberlo puesto tan difícil.
Estoy cansado de oír hablar de esta tierra como de algo inerte, cementado, que solo cuenta con una línea de playa y un sol justiciero. Quizá por ello en nuestras cabezas rondaba plantear algo épico por la madre de todas las sierras de la Marina: la Serrella. Quizá también, para darnos cuenta definitivamente, que esas afirmaciones no son ciertas. Y no sé si para bien o para mal, nos hemos encaramado a ella toda una cuadrilla de pirados por las bicis de ruedas gordas.
El día empezó temprano, a hora y cuarto de coche de Novelda nos queda aquel reino de rocas y salvias, así que tocó madrugar más de la cuenta y cargar las burras. Durante toda la semana se ha venido calificando esta rotada como un “suicidio colectivo”, lo cual no hacía sino presagiar dolor, mucho dolor. El caso es que por una extraña razón, a este masoquismo rotero se han sentido irremediablemente atraídos 4 alcoyanos más, que no quisieron perderse la batalla.
La primera sorpresa del día nos la casca el Zambu, que saca a las 8,15 de la mañana una soberana botella de anís-paloma, a la cual claro está, no se le hace ningún asco. La segunda sorpresa, esta menos agradable, nos la da Jose, que nos hace echar mano de un buen amigo permitiéndole rotar hoy. Mil gracias Toni por esas zapatillas prestadas.
El grupo se parte inicialmente y tras los tragos de paloma –bebida espirituosa que te alegra al instante- partimos por donde los profesionales han surcado cienes y cienes de veces sus flacas. No es buen hábitat para una Jai Alai Roller de 2,35, pero es lo que hay. El caso es que las risas y el buen ambiente reducen los 12 kms del Port de Confrides a un mero calentamiento, allí arriba nos congratulamos del festín que nos han preparado los alcoyanos en el almuerzo. Escondida en unas matas, aparece una nevera llena de cervezas, hielos varios, bebidas isotónicas y agua fresca, que dejaron en el Puerto camino de Benimantell, pueblo de encuentro. Chapó!
Empezamos a ascender Serrella compartiendo unos minutos con un incombustible checo, que con bici prestada ha dado una lección de pundonor al grupeto. Me dice que las colinas que rodean Praga, poco o nada tienen que ver con los descomunales mogotes de calizas que inundan nuestra zona. Así, mientras hablamos y ascendemos progresivamente por un camino errático, vemos como las rocas inundan ya todo el paisaje. Pinares de montaña, negros bandos de chovas, sudor, eructos, fotazas… Primer escollo salvado, estamos a casi 1200 mts sobre el Mediterráneo que yace allá al fondo, quieto, asaltado por miles de europeos con la piel más roja que las cigalas que se zamparon ayer. El Pla de la Casa, la cumbre más alta de la sierra, permanece a un lado, inexpugnable. Descansillo, miradas pidiendo batalla, y un sendero que se abre ante nuestros ojos y se torna no rotable obligándonos a levantar la burra al estilo del Sobrarbe durante un rato, por un canchal inabarcable. Hay tanta belleza en el entorno, que casi duele mirar. Uno no puede verlo todo y grabarlo en el disco duro de su cabezota por más que quiera. Me quedo el último viendo como el grupo empieza a subir impenitentemente por el canchal formado por miles de heladas nocturnas, y me sorprendo a mi mismo con una sonrisa en la cara. “Jodo, ¿a qué viene esta cara de felicidad con lo que tenemos por delante?”. Yeti al hombro y a seguir al compañero que va por delante. Solo se oye el ruido que desprenden los pies sobre las piedras calizas.
Se acaba momentáneamente el suplicio y retozamos ahora sobre el Portet de Fageca, antigua conexión entre valles por épico sendero. Cierro los ojos y me parece oír a Heydi. No, es el Juanako que hace cien preguntas en menos de un minuto, en un alarde de nerviosismo ante lo que nuestros ojos ven. En un rellano decidimos con ciertas dudas seguir un sendero precioso que tras una bajada espectacular, nos deja a los pies del escollo a priori más duro de la jornada: la Mallà del Llop. “Hay fitas de roca”, dice Ruben a Jordi. “Pues nada, habrá que ver dónde llevan”, contesta otro. La otra opción se antoja descabellada, pues el retazo de senda sube a plomo por una descomunal ladera de roca, que pondría a prueba al mismísimo Legolas el Elfo, así que libro de filosofía tema 1: los presocráticos, y poco a poco.
Fila de a uno, procesión sin cirios. Sobrarbe aquí presente, síganme los buenos. “Perdona a tu pueblo señor, perdoooona a tu pueblo, perdónale señor”, se canta entre risas, pero el caso es que hasta el más ácrata cumple con su penitencia. Paso a paso, vamos ganando altura. Los pueblos moriscos del Valle ahora son manchas blancas sobre el paisaje, el Pantano de Guadalest tan solo un mero espejismo. Javi, el rotógrafo, dice que a la próxima épica no viene, que si no tiene boda para fotografiar se la inventa. No se lo cree ni él.
Si algo caracteriza a estas montañas es por su aroma. No en vano es la cuna del herbero, otro brebaje mágico de la zona, hecho con miles de plantas que a estas alturas del año desprenden un olor mezcla de manzanillas, romeros, tomillos y salvias. Solo nos falta mascar hojas de coca como en los Andes, pues no sé si por la altura o por la inclinación del terreno, mi hombro cada vez se vuelve más inestable y me veo recogiendo la burra por piezas 500 metros más abajo.
De nuevo me espero y los veo. En fila de a uno suben palmo a palmo de canchal, ganando metro a metro la descomunal fuerza pétrea de la Serrella. “Nos vas a costar, pero te vamos a desvirgar, cebrona”, le digo desafiante a ese pedazo de bloque que parece caer a plomo sobre el quieto Mediterráneo, que por la neblina no se ve, pero se intuye. Lo sigo flipando, parece que lleven crampones, clavan sus pies sobre las piedras, y siguen subiendo, sin rechistar, sin aspavientos. Me parece incluso oír que ríen. Están locos estos romanos. El grupo de proscritos se alarga hasta perder comba. Por el lomo sur atravesamos nuevos canchales y un bosquete de arces. Vértigo. No sé por qué me da la risa. Miro atrás, Josele está como poseído, con los ojos cerrados dice que por fin ha descubierto a qué huelen las nubes. “Venga, que lo que hueles son cagadas de arruís y hacen un pestazo que te mueres”. La gente que ya está arriba pega alaridos a quienes llevan la burra a hombros, como a los toreros. “¿Por dónde hostias habéis subido?”, y en cuanto me doy cuenta estoy haciendo equilibrio a un tris de irme para siempre. “Coño cómo pesa la burra”. Gritos de “aúpa!” y cuando llego al cordal, me digo a mi mismo que me esparzan por aquí cuando me mude de barrio. A Juanako hace rato que no lo vemos, ni lo oímos, lo cual es más sorprendente. Tras unos segundos que se hacen eternos, aparece una rueda entre los arbustos. Exhausto, llega arriba. Trípode, cámara y fotaza de grupo.
Seguimos por el cordal de la sierra durante un rato bajo una sensación impresionante. La misma que te dice que estás haciendo algo grande, la misma que hace que esboces una sonrisa cuando casi no puedes ni dar pedales. Qué grande es la bici de montaña, que a poco que le des, te teletransporta a sitios inimaginables.
Son casi las dos de la tarde cuando vemos que la Mallà del Llop, la cima donde según cuentan hace 50 años cazaron el último lobo alicantino, es dominable, en un último esfuerzo y a golpe de riñón alcanzo el final. Paro, resuello, toso, escupo, y oigo el grito de “Secre levanta la burra!!”. Y como Rocky Balboa allá que voy y hasta casi la manteo, dando como resultado la mejor foto que me hayan hecho nunca.
Reunión en la cima redondeada, masacrada por el viento, el frío, la nieve invernal y el sol abrasador del verano. Los pastos están agostados, pero el contraste con la vegetación de alta montaña, da como resultado postales que parecen sacadas del mismísimo Atlas. Despliegue de masas, bocatas, bolsas con todo tipo de mejunjes, alguien que saca bacalao enlatado cuando andamos más hidropetados que una Marzocchi 55 ATA…
La niebla se apodera de nosotros mientras nos calzamos las protecciones y le tiendo la mano al Gotxo. Hasta el día parece pirenaico. Desde aquí arriba reivindicamos un más que merecido reconocimiento a estas montañas mediterráneas, que por su cercanía al viejo mare nostrum jamás serán elevadas en altura, pero permanecerán siempre grandes en vigorosidad y eternamente cargadas de leyendas. Creo que ya estoy endorfinando, pero lo hago aún más cuando en mitad de la quietud de la niebla iniciamos el brutal descenso hacia el Valle. Un rastro nos permite buscar nuestro punto de encuentro con el Barranc de la Canal, cuyo aspecto se asemeja a un potente glaciar en forma de U, y en el que pacen ganados que campan a sus anchas. Iniciamos con el descenso, la calamitosa concatenación de pinchazos.
La Canal se abre grandiosa, es mucho más de lo que nos esperábamos. Aquí parece que no ha pasado nadie en semanas. Tomamos un antiguo sendero que desde los pueblos de abajo, tomaban los nevaters para coger la nieve acumulada durante el invierno en los dos pozos que esconde el barranco. Tras una primera parte cargada de diabluras en forma de trialera que nos hace chillar como desgraciados y flipamos con el estilazo de Kiko, paramos en una roca avistando la descomunalidad en forma de millones de aliagas, que más abajo, nos esperan. “Tíos, estamos en el puto Reino de Mordor”. Y nos miramos acojonados. La senda se pierde en la nada, hay que ir buscando el trazado confuso, y cada uno se reagrupa viniendo por un sitio distinto. Parcelazos varios, un disco trasero doblado, varios pinchazos más y olor a pastilla fundida.
Volviendo la vista atrás vemos a alguien que sendero abajo se dirige hacia nosotros, ya no sé si es un senderista o un orco de verdad. Proseguimos, atravesamos un par de nacimientos de agua, la visión cambia, el roquedo se torna más poderoso, y ya no podemos más que poner pie a tierra. Millones de agujas nos destrozan piernas y brazos. Tengo pinchos hasta en las gafas. “Épico! esto es épico señores!” grita alguien. El Rotógrafo dice que a la próxima se va a una boda y que pasa hasta el hojaldre de nosotros. No se lo cree ni él. Nos reagrupamos fundidos sobre las ruinas de unos corrales, atrapados entre un ejército de aliagas que a veces, nos llegan por el hombro. Cometemos el error de tratar de salir de allí por donde se supone que continuaba la senda, y en poco menos de dos minutos perdemos a la gente entre una maraña de zarzales. Estamos nerviosos, no podemos salir de ese horizonte limitado. Gritamos de dolor, chorreamos sangre por cada trozo de piel que asoma. El checo va sin protecciones y sin embargo no se queja. Algunos bajan los muretes de piedra que sostenían los antiguos bancales tirando la bici directamente sobre los matorrales. El grupo agoniza. Momentos de tensión, ceños fruncidos.
Encontramos salida en una aparente camino que reconduce la situación cuesta arriba. El Rotógrafo y Juanako se han perdido en mitad de un pinar preñado de aliagas, mientras tratamos de buscarlos con la mirada y arreglamos el enésimo pinchazo. A Javi se le hace tarde, tiene que estar en un par de horas currando. Lorenzo está pegando de lleno por primera vez en todo el día, el final de la Canal se convierte en una olla a presión. Pero vemos de pronto la luz en forma de camino, y dando ánimos a los más desfallecidos emprendemos un ascenso para salir de allí y buscar un collado que nos devuelva al paraíso. No habla nadie, solo se miran relojes, se comen barritas, y se pide agua al compañero. Zambullo saca una botella de la nada, y lo alabamos como si fuese el mismísimo Maradona. La hidropetación es lo que tiene.
Salimos al collado y pasamos a los que iban delante, que de nuevo han pinchado, vamos con prisa. Desde aquí un torbellino de recuerdos: unos que se quedan a por el merecido baño en el río, y otros a toda hostia, bordeando el pantano, saltando por donde supuestamente debería haber un camino y no está por las trombas del otoño pasado. Nuevo camino entre pinos, olivos, airecillo de levante que no tapa el sudor… y Benimantell que aparece de la nada.
Solo queda tiempo para medio despedirnos de los alcoyanos, decirles hasta otra, volver la vista atrás, guiñarle un ojo a la Serrella y musitarle al oído: “te dije que no podrías con nosotros”, haciéndole una reverencia eso sí, por haberlo puesto tan difícil.
21 visitantes on-line!!! Lo flipo.
ResponderEliminarEs lo que tienen tus crónicas, tron. Crean afición.
ResponderEliminarToni, mil gracias no, millones de gracias por prestarme las zapatillas. Sin tí no podría haber hecho la épica.
Y sobre tu texto, qué decir primo.... En tu línea, ACOJONANTE. Tenía ganas de leerlo.
Ahora a pensar en la fecha para la próxima épica. Si es que "mos agrá més que la tonya". :D
Ele que sí, las letras desprende olor a salvia y tomillo, perfumados levemente por ese halo de anis seco.
ResponderEliminarNo tengo más que decir: Esos son mis valientes. Arriba Penya el Rot !!!
Bon día!!!
ResponderEliminarDespués de leer esta pedazo de crónica, se me ha ido todo el maldito estrés con el que he empezado la mañana, gracias secre, eres un auténtico crack!!!
Espero participar en muchas de estas épicas junto a todas estas grandes personas y compañeros.
Bueno, digamos que estamos cerrando un círculo. Pero para completarlo del todo, aún nos falta una tercera parte, dejemos pasar un tiempo y maquinemos juntos las opciones.
ResponderEliminarOs quiero, guapas.
Desde el anonimato no puedo más que felicitaros a todos por semejante rotada, que parece aun mayor si cabe gracias a las fabulosas palabras de Vicente.
ResponderEliminarSólo espero que sigais con vuestras salidas y vuestro blog que está fenomenal.
Saludos.
migatorr.
Se te saluda Migatorr.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, ojalá los visitantes se prodigarán más como tú lo has hecho.
Saludazos!
Un escalofrío me ha recorrido de arriba abajo cuando lo he leido...
ResponderEliminarUna lástima que no pudiera ir, porque por mucho que sufrierais seguro que disfrutásteis mucho más.
Por cierto es viernes y nadie habla de convocatorias, ni pedrolos, ni tijaspijas, ni licras, ni nà de nà... como se nota que al rotero común le tirán aparte de los yolos los plisplayes de festes jajajaja
Os prometo que mi ritmo cardíaco iba subiendo conforme avanzaba en la lectura....Impresionante Secre..sois cojonudos...
ResponderEliminarIM-PRESIONANTE!!!
ResponderEliminarMuy buena esa cronica!!!!. Aunque "mariquita"...., te ha faltado lo de "la figa de s'agüela"!!!!!. Pero bueno, lo dejare pasar, je, je, je....
ResponderEliminarAhora, a por la tercera!!!!.
Pedazo de crónica que me ha dado ganas de "rotarla" a mí también. Prometo estudiarla en profundidad y si puedo os homenajearé en su recorrido.
ResponderEliminarSaludos
Kike
Se te saluda Kike, estúdiala bien porque es un poco extrema.
ResponderEliminarLa última parte de la Canal, se ha quemado recientemente, por lo que no sé cómo estará el tema.
En cualquier caso, aquí estamos por si quieres preguntar algo.
Un saludo, ¿de dónde eres por cierto?