APRENDIZ DE GANDALF, MAESTRO DE NADA. VOL.1
A la temprana edad de 14 años recibí de mis padres por haber aprobado 8º de EGB, uno de esos magníficos regalos que te marcan para siempre: la colección completa de mapas del IGN en escala 1:50.000 de las 3 provincias valencianas.
Así pues, les debo en parte, entre otras muchas cosas, la fascinación por los mapas. Aquel mágico regalo, fue en realidad un meditado traspaso de mi Tío Ramón -que se conformó con una serie más vieja aunque no recuerdo bien la edición-, con quien compartí previamente bonitos momentos en la mesa de su casa repleta de aquellos voluminosos mapas, que luego se vinieron conmigo a la mía.
Quizá resulte del todo inentendible para muchos, cómo un muchacho de esa edad podía estar tantos y tantos ratos con la mirada fija puesta en aquellos papelotes. A la luz del sol sobre mi escritorio, a la luz de la lámpara de pie del salón, amparado en aquel viejo flexo metálico que tanto quemaba si apenas lo rozabas con cualquier parte de tu piel... a la luz de lo que sea. Incluso, me atreví a meterme en la cama en noches de invierno con pequeñas lamparitas que apenas alcanzaban a iluminar el espacio ancho dispuesto entre los brazos abiertos, que totalmente helados al caerme las mangas, servían de tímido aguante y soporte, quizá, de los montes morellanos, de la plataforma caliza del Caroig, o de una más cercana pero todavía desconocida para mi Sierra de Aitana.
Un mundo nuevo se abrió para mi. De golpe, mi afición a la Geografía desde bien pequeñito tenía definitivamente un porqué.
Entre el montón apilado de mapas que guardaba en la parte de arriba del armario de mis padres sacaba los que más me gustaban. Generalmente pertenecían a las montañas, muelas y barrancos del Maestrat, tierra que desde que la vi escrita en esos papeles, atrajo mi atención. Empecé a viajar virtualmente por picos bautizados con nombres con una personalidad tan grande como las gentes que habitan esta misma tierra. Empecé a aprendérmelos sin quererlo, sin pretenderlo, sin haberlos visto con mis propios ojos en toda mi vida. Aún hoy en día me vienen a la mente, con solo cerrarlos, el topónimo escrito como si lo estuviese viendo de los Ventisqueros de Fraga, del Plà de Vistabella, de míticos y arrogantes picachos como el Tossal d'En Canadé, el Turmell o la Mola Garumba.
Hay cosas que por más que uno quiera, no entiende si no es a base de horas. Yo he desgastado vista y ampliado dioptrías mirando y remirando esos mapas. Perdí la cuenta de las horas que pasé contabilizando los picos de más de mil quinientos metros desde Fredes hasta Pilar de la Horadada, intentando saber cuántas masas de agua dulce hay entre l'Albufera y el gigantesco Pantano de Benagéber.
Un raro, pero ameno entretenimiento que me caló muy hondo, propiciando alegría al ver la silueta real de aquellos picos, muelas y barrancos, en noticias, reportajes o historietas que iban saliendo ya en la tele autonómica.
Eran otros tiempos, qué duda cabe. Ni google earth, ni GPS, ni siquiera muchos tipos de mapas de diferentes editoriales para elegir. Por lo que aquel regalo era para mi, todo un tesoro que me transmitía muchos matices invisibles para muchos.
Una vez, no sé cuándo, me propuse siquiera ver entre horizontes, muchas de aquellas montañas con mi propia vista. Más de un susto me he llevado, más de una imprudencia he cometido, más de una exclamación he soltado al ver siluetas míticas labradas en forma de roca desde dentro del coche. Pero sin duda lo más gratificante ha sido reconducir mi memoria a golpe de vista real sobre esos parajes indómitos, alcanzados a lomos de nuestras bicicletas.
Tamaño placer reporta sin duda, no ya colmar viejas aspiraciones, sino ver cumplidos algunos de los sueños de un muchacho de 14 años, que una vez, recibió de sus padres algo más que un regalo.
Qué locura, que no idiotez...
Así pues, les debo en parte, entre otras muchas cosas, la fascinación por los mapas. Aquel mágico regalo, fue en realidad un meditado traspaso de mi Tío Ramón -que se conformó con una serie más vieja aunque no recuerdo bien la edición-, con quien compartí previamente bonitos momentos en la mesa de su casa repleta de aquellos voluminosos mapas, que luego se vinieron conmigo a la mía.
Quizá resulte del todo inentendible para muchos, cómo un muchacho de esa edad podía estar tantos y tantos ratos con la mirada fija puesta en aquellos papelotes. A la luz del sol sobre mi escritorio, a la luz de la lámpara de pie del salón, amparado en aquel viejo flexo metálico que tanto quemaba si apenas lo rozabas con cualquier parte de tu piel... a la luz de lo que sea. Incluso, me atreví a meterme en la cama en noches de invierno con pequeñas lamparitas que apenas alcanzaban a iluminar el espacio ancho dispuesto entre los brazos abiertos, que totalmente helados al caerme las mangas, servían de tímido aguante y soporte, quizá, de los montes morellanos, de la plataforma caliza del Caroig, o de una más cercana pero todavía desconocida para mi Sierra de Aitana.
Un mundo nuevo se abrió para mi. De golpe, mi afición a la Geografía desde bien pequeñito tenía definitivamente un porqué.
Entre el montón apilado de mapas que guardaba en la parte de arriba del armario de mis padres sacaba los que más me gustaban. Generalmente pertenecían a las montañas, muelas y barrancos del Maestrat, tierra que desde que la vi escrita en esos papeles, atrajo mi atención. Empecé a viajar virtualmente por picos bautizados con nombres con una personalidad tan grande como las gentes que habitan esta misma tierra. Empecé a aprendérmelos sin quererlo, sin pretenderlo, sin haberlos visto con mis propios ojos en toda mi vida. Aún hoy en día me vienen a la mente, con solo cerrarlos, el topónimo escrito como si lo estuviese viendo de los Ventisqueros de Fraga, del Plà de Vistabella, de míticos y arrogantes picachos como el Tossal d'En Canadé, el Turmell o la Mola Garumba.
Hay cosas que por más que uno quiera, no entiende si no es a base de horas. Yo he desgastado vista y ampliado dioptrías mirando y remirando esos mapas. Perdí la cuenta de las horas que pasé contabilizando los picos de más de mil quinientos metros desde Fredes hasta Pilar de la Horadada, intentando saber cuántas masas de agua dulce hay entre l'Albufera y el gigantesco Pantano de Benagéber.
Un raro, pero ameno entretenimiento que me caló muy hondo, propiciando alegría al ver la silueta real de aquellos picos, muelas y barrancos, en noticias, reportajes o historietas que iban saliendo ya en la tele autonómica.
Eran otros tiempos, qué duda cabe. Ni google earth, ni GPS, ni siquiera muchos tipos de mapas de diferentes editoriales para elegir. Por lo que aquel regalo era para mi, todo un tesoro que me transmitía muchos matices invisibles para muchos.
Una vez, no sé cuándo, me propuse siquiera ver entre horizontes, muchas de aquellas montañas con mi propia vista. Más de un susto me he llevado, más de una imprudencia he cometido, más de una exclamación he soltado al ver siluetas míticas labradas en forma de roca desde dentro del coche. Pero sin duda lo más gratificante ha sido reconducir mi memoria a golpe de vista real sobre esos parajes indómitos, alcanzados a lomos de nuestras bicicletas.
Tamaño placer reporta sin duda, no ya colmar viejas aspiraciones, sino ver cumplidos algunos de los sueños de un muchacho de 14 años, que una vez, recibió de sus padres algo más que un regalo.
Qué locura, que no idiotez...
Profundo y cierto, como collado en el que se aglutinen las isoclinas esas. No entiendo de mapas, pero sí de arrimarme a prestar soporte y hacer piña a aquel al cual la celulosa le habla con palabras de fascinación, tórrido viento de poniente o fresco levante.
ResponderEliminarAupa Secretari !!!!
Entiéndaseme no como una pegada de moco, sino como que me apetecía desde hace años, dejarme escrito esto, para cuando me lo tengan que leer mis nietos de viejo que sea uno, y si eso, recondar esos tiempos.
ResponderEliminarDe hecho, de tan personal que a veces son estas cosas, me pienso si colgarlas, y al hacerlo, si editarlas.
A mi me queda tanto por saber de mapas, que no puede ser jamás una pegada de moco.
...Ya desde los 12 años yo tenía bien clara esa fascinación tuya por los mapas, cosí, cuando eras tú el que me ponía nombre a las provincias de mi mapa de las pulguitas...
ResponderEliminar...Y gracias a esa tu fascinación por las cartulinas rayadas con datos y nombrajos, hoy el resto del ganado disfrutamos junto a ti de los paisajazos más impresionantes de nuestra Terreta (y los que nos quedan).
Es una gozada saber que cada miembro tiene una función y aporta su granito de arena para que el grupeto sea independiente.
Grasies, cosí.
nonono, de gràcies nada!!
ResponderEliminarLo de los mapas tamaño pulga... MÍTICOS!! Todavía los guardo.
ResponderEliminarYo tb!!! La de risas que nos vamos a echar el día que quedemos para verlos.
ResponderEliminarUna muy buena divagacion!!!, si señor!!!.
ResponderEliminarY doy fe de que si, que ese flexo quemaba!!!. :D
Gracias a tu aficion, hemos podido ver mucho rincones que jamas creo yo que hubieramos visto!!!.
P.D.: Y cuando tenias frio y estabas tapado con las sabanas de la cama, no te tirabas un tordo Zambullero (perdon, tordo Manuel Martinez :D )para entrar en calor????. :D
Se sabe mas o menos por encima el intinerario de la ruta de mañana?.
ResponderEliminarJuan, ojo con esas postdatas que te espolsas, que hay mucha gente que nos lee. Un poco de silvuplé. Que tenemos un caché... :D
ResponderEliminarSiiiii "papiiiiii"..... Cache...., si somos mas de campo que las amapolas!!!.
ResponderEliminarLa duda ofende Juan: poj claro!! pero no todos tenemos la capacidad tórdica de algunos sujetos.
ResponderEliminarPerdón si bajo el caché.
Cache????, que es el cache????. :D
ResponderEliminarPerdon si continuo bajando el cache!!!, juas, juas, juas.....
Aquí el caché hace tiempo que está por los suelos. Más bien, creo que fue desde que nos dejó el Beresh. En fin, es lo que hay. Somos asín.
ResponderEliminarEl caché es el soporte del enduro, lo huro.
ResponderEliminarSecre, como siempre, genial!
ResponderEliminarAúpa Pacolo, tiempo sin saber de ti!!!
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