- SERRELLA SALVAJE -
"La noche anterior intentaron avisarnos, pero no les quisimos escuchar..."
Me despertaron. Los oía. Aparecían cada pocos segundos. Curiosamente desde niño siento a la vez miedo y fascinación por las noches de tormenta. El relámpago, poderosísima fuente de energía, se muestra como un fogonazo de luz blanca que entra por los agujeros de la persiana, iluminando momentáneamente mi habitación... Cuentas los segundos que separan el relámpago del trueno, divides entre 3 y sabes la distancia en kilómetros a la que está de ti. Tras dos relámpagos más, ya estaba dormido otra vez...
Suena el despertador. Son las 6 de la mañana, es sábado y tenemos por delante lo que para mí es el súmum de las rotadas: la épica. Y, por si eso fuera poco, en la hasta el momento más agreste y salvaje de las zonas que han pisado mis ruedas: Serrella, una conjunción orográfica impresionante de piedras, piedras y más piedras. Tramos de auténtico infierno para el ciclista que tan sólo piensa en rodar y rodar; zonas incluso complicadas para el senderista que acaban tornándose en auténtica escalada; una locura innombrable para cualquier ser humano que rechace el sufrimiento en el deporte. Pero es que el deporte es parte de sufrimiento, y el sufrimiento es parte imprescindible en las épicas. Así es el "Enduro Mediterráneo Bestia", una ruta de día completo o "bibocata" en la que se pone a prueba la capacidad del rotero de sufrir y disfrutar al mismo tiempo. Dos conceptos que acaban uniéndose, haciendo prácticamente imposible distinguir con claridad si gozas o padeces, y el resto del grupeto te ve con los 15 kgr. y pico de bicicleta encima del hombro, una mochila de otros 7 kgr., pateando una senda impracticable y con una sonrisa de oreja a oreja. ¿Cómo se explica algo así? Sin duda alguna, viviéndolo desde dentro. Desde muy dentro.
- Llegamos al punto de salida: Puerto de Confrides.
8 y cuarto. Nos encontramos con Vicent en Benimantell tras 15 min. de interminables curvas, ya que un desprendimiento ha hecho que no se pueda subir por donde siempre, y ponemos rumbo hacia el puerto de Confrides, desde donde iniciaremos nuestra ruta. Montamos bicis y una vez todo a punto, comienza la subida. Nubes algodonosas nos observan, y de vez en cuando intentan refrescar nuestra ascensión a modo de pequeñas gotas. "Por favor, que aguante el tiempo sin llover", pienso para mis adentros. Son muchas las ganas de épica y una vez aquí no tengo ganas de que se nos eche a perder.
Fotos, paisajes idílicos, recuerdos de la última ascensión por aquella zona en la que estaba todo bajo un espeso manto de nieve... Y casi sin darnos cuenta, estamos ya en el desvío que tomé hace aproximadamente un año hacia Pla de la Casa, en una ruta pateanciera preciosa de senderismo que partía desde Quatretondeta.
Las aliagas comienzan a hacer acto de presencia, y la senda comienza a volverse impracticable, por lo que toca cargar la bici al hombro, al más puro estilo sobrarbino. Ningún problema, estamos acostumbrados, y me atrevería incluso a decir que es, algo que deseamos. Llegamos a la zona que se cruza con una prueba llamada el Ultra-Trail Muntanyes d'Alacant, una carrera bestial de 160 km. y 7500 m. de desnivel acumulado, sin duda para auténticos atletas, que a su vez se divide en otra prueba de la mitad de recorrido (80 km. y 4500 m. de acumulado), llamada la Mitja-Lluna, en la que participaban conocidos nuestros. Decidimos almorzar mientras animamos a la gente que pasa a ver si veíamos a Vicente Sala, y alucinábamos viendo de dónde venían y hacia dónde marchaban. Comentábamos entre nosotros "están locos", y, curiosamente, muchos de los que pasaban y veían allí las bicis, nos llamaban locos a nosotros.
Almuerzo finiquitado, fotancias con el héroe pateanciero, protes en su sitio y primeras bajadas antes de llegar a la zona más crítica de la épica (que es, por muy extraño que parezca, la que más me gusta. Sí, soy así).
- Subimos a lo más alto. Éxito completo.
Recordaba la última vez que estuve allí. Sabía lo duro que era y lo que nos esperaba, pero estaba ante un escenario impresionante, un silencio precioso que proporcionaba el gigantesco muro de piedra que nos observaba. El enorme canchal de piedras por el que circulaba la senda se acaba perdiendo y toca escalar. Con un brazo aguantando la bicicleta, con el otro manteniendo el equilibrio y con la cabeza buscando la parte más "sencilla" para llegar hasta arriba. Qué grande es esto del ciclomontañismo!
Más fotos, comentarios, risas y mapas bien desplegados: hay que decidir hacia dónde marchar, pues tenemos dos bajadones inéditos y es esencial decidir correctamente. Vicente otea el horizonte, atisba la senda, huele el ambiente, y decide con gran maestría el destino correcto. Mientras tanto, servidor se encuentra en otro mundo, alucinando con el paisaje, deseando poder parar el tiempo sólo un ratito, notando aire puro en los pulmones y felicidad en el alma. Y es que este tipo de cosas a mi me alegran el alma, y no saben cuánto, oigan...
- Comienza el turrón. Bajadón BRUTAL.
Una chica muy amable que está participando en el ultra-trail, nos hace la foto de grupo después de decirnos (como el resto de los participantes que nos han visto), que estamos como cencerros. Gracias, gracias, hasta luego, suerte y allá vamos, a por la trialera. Pero sucede algo inesperado que está a punto de truncar los sueños de este pobre mortal: a los 50 m. de bajada, justo antes de enfilar la senda, mi rueda delantera pisa una rama que, con mala pata, se engancha en la cadena, doblando la patilla del cambio y haciendo una escabechina que no fue a mayores de puro milagro. Al final, sustitución de patilla y a seguir...
...Y vino lo mejor de la jornada: un descenso que, tras cargar de agua los camel, hizo soltar gritos de júbilo entre la manada. Zetas increíbles, escalones disfrutones, piedras colocadas con precisión de cirujano para hacer disfrutona la bajada al 100%. Me vienen recuerdos de la bajada de Bèrnia, pero esta, aunque un poco más corta (y aún así larguísima), me gustó más, ya que es totalmente natural. E incluso un saltito que me hizo recordar las mesetas de la línea del Flow. Grande, muy grande estaba siendo la épica. Una vez bajo, las palabras en voz alta y entrecortadas, fruto del subidón de adrenalina y de la intensidad con la que habíamos vivido la bajada, fueron las protagonistas hasta que irrumpió un comentario cargado de razón: "mirad lo que viene. La que nos va a caer".
- Estaba escrito.
Llegó. En apenas 15 min. después de haber visto ese nubarrón amenazador, ya lo teníamos sobre nuestras cabezas. Y, por si fuera poco, acompañado de aparato eléctrico, que es lo más peligroso.
Primer aviso. Un trueno que nos advierte que nos pongamos a cubierto, por lo que nos toca abortar la ruta y buscar algún sitio donde cobijarse. A 800 m. vemos una caseta, así que decidimos ir hacia allí, y mientras vamos bajando, noto ese aire que hay justo antes de cada tormenta, ese viento que enrarece el ambiente a modo de aviso de lo que está por venir. Y es cuando estamos a escasos 30 m. de la casa cuando vemos un resplandor enorme seguido inmediatamente de un estallido ensordecedor. Ha caído cerca. Bajamos inmediatamente de la bici. No conviene crear corrientes de aire en torno nuestro. Nos miramos a la cara. Sencillamente, cagados de miedo. Por mi mente ronda la idea de que en cualquier momento nos puede caer uno encima. No, por favor.
Llegamos a la casa y vemos que no hay pérgola ni sitio donde cobijarse. Está cerrada a cal y canto. Pero la diosa fortuna nos muestra unos tablones de aglomerado, unos palets, la estructura de una mesa y un chapón en forma de "L". Sin pensarlo, y como si cada uno supiera qué hacer, cogemos rápidamente el material y empezamos a construir una improvisada chabola donde guarecernos de lo que nos va a caer. Finalmente, una "caseta" de 1 m² en la que cabemos los cuatro justos, sentados, encogidos y cogiéndonos las piernas. Empieza a llover con intensidad, y los errores en la construcción se hacen patentes: goteras por todos lados y uno de los chapones principales que comienza a deslizarse. Trato de arreglarlo y media chabola que se va al suelo. De repente, parecíamos hormigas cuando levantas una piedra que cubre el hormiguero: todos locos buscando solución. Finalmente, y cuando ya estaba empezando a pedregar, damos con la solución al problema. Pero lo peor estaba por venir.
Caras que lo decían todo. Risas que se callaban de golpe a cada trueno. Yo ya ni recordaba cómo hacer el cálculo de la distancia de dónde caen los rayos. Nerviosismo a flor de piel. Preocupación bastante patente y comentarios "agoreros" sobre que "el calor atrae los rayos", "la corriente es ideal para los rayos", "que esto acabe pronto". Y empieza lo peor: el granizo aumenta su diámetro, cayéndonos verdaderas pelotas de golf, provocando un ruido ensordecedor al chocar contra nuestro "tejado".
Cuatro roteros agazapados, vendidos, rendidos al poder de Serrella que estaba descargando con fuerza toda su furia contra nosotros por pretender usurpar sus dominios. Tan sólo podíamos esperar a que terminara todo. Y cada vez la cosa empeoraba: el agua entraba por todos lados, empezaban los calambres a aparecer, fruto del cansancio y la forzada postura sin posibilidad de movimiento alguno, y además empezábamos a calarnos, por lo que el frío hacía mella en nuestros cuerpos...
Y así, "achimponados", estuvimos cerca de 45 min. hasta que se nos concedió una tregua, por lo que urgía la toma de decisiones salomónicas. Empezamos a construir una nueva chabola intentando solucionar los errores iniciales, pero al final optamos por bajar a Famorca, donde nos guarecimos de la lluvia y comimos en un antiguo lavadero restaurado.
- Toca retirada. Una batalla perdida.
Llamadas de rigor, estómago lleno y urge una retirada antes de volver a enfriarnos de nuevo, ya que estamos mojados y quedarse parados es fatal, así que ponemos rumbo a Castell de Castells, a unos 8 km. aproximadamente, y por carretera. Lo más rápido para llegar a casa, pero es que estamos a mitad de recorrido de coches o destino, así que tocará sufrir un poco más. Y, por si fuera poco, la junta tórica de la válvula de mi rueda trasera está mal y pierdo aire por donde entran los radios a la llanta.
Impresionante ver el paisaje: el calor que había acumulado la tierra, tras la granizada, sale en forma de vapor y da un aspecto tétrico digno de cualquier película de suspense.
Abandonamos el asfalto, ignorando lo que nos venía encima: una pista con un desnivel muy pronunciado que daba pie a una senda con unas trialeras increíbles, pero de bajada. Para subir toca bici al hombro de nuevo y procesión de la agonía. Pero así son las épicas, y sin esos momentos de sufrimiento no sería una épica. Llegamos al fin de la senda y tenemos por delante un tramo largo de pista enfangada que acabará por impedirme seguir encima de la bici.
El cansancio ya se hace patente en el grupeto, y aunque divisamos a lo lejos (y a lo alto), Benimantell, estamos aún a la altura del pantano, por lo que decidimos tomarlo con calma. No es mala hora al fin y al cabo.
Finalmente llegamos. El guerrero llega cabizbajo, derrotado, cansado y empapado, tan sólo pensando en la ducha y el sofá. Pero aún quedaba ir a por los coches y volver a Novelda. Paciencia, paciencia. Lavada de burricletas cortesía del suegro de Vicente y la mano de obra de nuestro Zam, y al llegar y cargar todo en los coches, una naranja dulcísima me devuelve a la vida de nuevo. Despedidas, agradecimientos a la familia y viaje de vuelta a casa.
Una jornada rotera sin igual. Una épica en toda regla que, a pesar de haber tenido que ser abortada por causas ajenas a nuestra voluntad, me supo a gloria. Épica que, como todas, tiene esa magia que no llegamos a comprender y que te hace despertar al día siguiente con ganas de volver a combatir con esa sierra que te lo ha puesto tan difícil pero a la vez te ha llenado de dicha y orgullo. Así es el encanto oculto de Serrella. Así son nuestras Highlands. Así es el rotero.
Cuándo volvemos?
Luego en llegar a casa, le dare un vistazo, Josele.
ResponderEliminarMolt bé que me pareix, Joanot.
ResponderEliminarJoer primo, los pelos de punta. GRACIAS, por habernos hecho revivir cada minuto de una jornada que recordaremos siempre.
ResponderEliminarEstoy flipandolo todavía con lo que vivimos, el cansancio me hace creer que todo fue un sueño!!!
Riba riba sempre!!!
juanako un vistazo NO
ResponderEliminarleelo con detenimiento porque es una obra de arte.
he sentido el frio, la lluvia, la risa y el cansancio. hasta el sabor de la naranja
Muy buena narración, Josele.
ResponderEliminarSe antoja que fue dura en todos los sentidos, sobre todo del coco.
Qué grandes sois, leñe.
Tremenda cronica, Josele!!!.
ResponderEliminarHe oído....... morroglogloglo ????
ResponderEliminarMaigmó, quizás (sendero Castalla + bajal a via verde)??????
Estoy bastante tocado físicamente del sábado, así que no sé si esta semana rotaré, pero mi voto va para el Gloglogló subiendo por la senda que nos enseñó Octavius.
ResponderEliminarFrutal, Vicente. Ponte lavativa y media de agua onsigená, y déjate de milongas bacílicas.
ResponderEliminarFrenarot rulz !!!
Ufff... impresionante, impresionante. Mi enhorabuena por la gesta :-O ;-) y por la crònica, he padecido con vosotros debajo de los tablones :-P
ResponderEliminarA mi me parece buena idea lo que se comenta para el fin de semana.
ResponderEliminarVicente, pero como un moceton como tu puede estar aun tocado???.
Tocado pero no hundido.
ResponderEliminarRuben hacía mil años que no se te leía por estos lares!!
Pues si no estas hundido, entonces el sabado es dia rotable en el calendario rotero!!!. Miralo!!!.
ResponderEliminarLos pelillos de punta Josele... si repetís esta épica me apunto... buff, que subidón nenes.
ResponderEliminarUn abrazo!!!
Enhorabuena a Josele por la crónica y a los demás por la pedazooo ruta...
ResponderEliminarJosele, una crónica a la altura de las fotos! ;-)
ResponderEliminarHasta ahora no había podido leer la crónica.
ResponderEliminarJosele, sólo decirte: GRACIAS.
Me ha encantado, emocionado, asustado y alegrado, en fin, has conseguido trasladarme.
GRACIAS POR TAN MAGNA AVENTURA, y mi felicitación a los protagonistas.
Las épicas esperan a la Secc. Alted's Brothers!! ;)
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