NO ES UN "TRESMIL", PERO NI FALTA QUE LE HACE.
"Esnifar los rayos del sol y descongelar el cerebro, y sentir que no estamos muertos."
Sin comerlo ni beberlo, nos adentramos en las profundidades de un mundo intramontano en esta cordillera sin nombre. Una hora más tarde de lo previsto, un reducido grupeto rotero, se dispone a plantarle cara al sufrimiento elevando el sentido del humor a la máxima potencia para hacerlo todo más llevadero.
Mencionar en el ámbito montañero alicantino el nombre de “Serrella”, es signo de admiración y respeto. Hacerlo en el ámbito ciclista es síntoma de indiferencia, es hablar de una montaña a la cual casi nadie ha ido en bici.
Entrando en materia nos encontramos de lleno con todo un campamento base clandestino. Viene bien eso de “desconectar de la estresante vida diaria urbanita” vivaqueando -¿o debería decir acampando en toda regla?- en el monte, lejos de los ronquidos del vecino. Pero claro, eso de meterse a lo salvaje en el monte con un flamante BMW X5, quizá desentona un poco. En cualquier caso, surcamos el primer sendero del día al lado de la acampada sin ruidos extras, no vaya a ser que se despierten sus moradores y nos denuncien por circular en bici por aquellos andurriales. Eso sí es delito.
En las profundidades de los nacederos del río Guadalest nos perdemos. Escasamente a los 15 minutos de salir del diminuto pueblo de l’Abdet, reducto morisco donde hemos dejado los coches para esta rotada circular, épica y salvaje a priori. No está mal, 15 minutos dan mucho de sí, y antes de perdernos ya hemos superado cuestarrones agsfálticos para calentar, hemos surcado pseudocomunas hippies entre bancales de ancestrales olivos, hemos realizado un exigente slalom entre las decenas de árboles que yacen sin vida en mitad del sendero fruto de los nevazos del año pasado, cruzado un barranco y soltado unos cuantos tordos matutinos. La cosa parece que nos estaba cundiendo.
Como alma que lleva el diablo empezamos a empujar p’arriba por un sendero entre el pinar donde alguien musita la frase del día “jodo, cómo tiene que molar esto p’abajo!”. En un tris alcanzamos el final de la senda votándola por unanimidad de los presentes como “paso obligatorio para volver a los coches”. Si el Juanako lo ve bien, para mi va a misa.
Los carteles que guían el sendero son rústicos que te cagas, pero llenar de indicaciones el monte señalando incluso poblaciones lindantes con otros continentes, es otra extrañeza más que nos encontramos en esta mañana de monte. ¿No será que hemos madrugado mucho y andamos faltos de sueño?
Caminito que va ganando altura, ropa que va sobrando, “hasta allá hay que subir”, “ni falta que hacía decirlo”… Puerto de Confrides. “Por aquí suben en la Vuelta, y por aquí nos desviamos nosotros”. Xino xano rot style. Me quedo. El Totxika me hace compañía. “Jodo qué dolor de espalda”. “Normal con ese pedazo mochilo”. Las Puertas de Mordor. Los compañeros de delante cada vez más chiquitines a la vista, las cuestas cada vez más grandes…
Alcanzamos el segundo collado del día. Santa manía de hacer fotos cuando uno va todo petao. Parlamento sobre dónde almorzamos, cosa importante que no hay que dejar al azar, así que como el viento es fresquete en este punto, decidimos avanzar a otro collado casi inmediato. De esta manera llegamos al Coll de Borrell, balcón natural a más de 1200 mts donde termina el único camino 100% ciclable de toda la sierra. Mientras desparramamos el viandaje sobre el suelo, alucinamos bellotas con las vistas que tenemos hacia la senda arrastraculera por donde los senderistas bajan como pueden la cara SW del principal objetivo del día: el Pla de la Casa. Venerable pico que constituye la altura máxima de la sierra de Serrella, elevándose hasta los 1379 mts a escasos kilómetros en línea recta de la Bahía de Altea. No es un tresmil, pero ni falta que le hace.
Ahora son los senderistas quienes flipan al ver que nuestras intenciones son colgarnos de la montaña subiendo a lo más alto. Nos desean suerte, apuramos los bocatas, Pepako repara con una subespecie peluda de lombriz montañesa la rueda del Gotxo, y enfilamos sendero por la vertiente Sur de la cumbre.
“Quédate con este ruido porque hasta la tarde no lo vamos a abandonar”, le digo a alguien mientras empezamos a seguir huella por el canchal calizo. Un pie detrás de otro, bien apoyado. Fotos para el recuerdo por un paso poco convencional que a nosotros ya nos parece parte del pasillo de casa, al utilizarlo mucho en nuestras correrías por Serrella. En apenas 20 minutos cambiamos horizonte visualizando el impresionante Barranc del Moro desde el Portet de Fageca, otro collado antesala del peaje final hacia el pico: una canaleta que alberga un canchal muy bien labrado a bases de miles de heladas nocturnas.
Sin pensarlo mucho, esta gente enseguida enfila hacia arriba, algunos incluso se permiten el lujo de ciclar un poco. Las voces se callan y habla la piedra. Los de delante a medida que subimos entre el caos de piedra, mascullan la flipancia que supone el escenario convertido en dantesco con nosotros como actores principales. A la altura de un espolón desprendido montamos la reunión. La visión se torna espectáculo con un telón de fondo color azul-mediterráneo, donde el Montgó, la última de nuestras murallas pétreas, se desploma sobre el mar al fondo del barranco.
El Zambu no lo ve muy claro mientras Josele no para de chillar de emoción. Es bueno tener en un grupo tan dispares opiniones, pues quizá en la media recaiga la cordura suficiente para afrontar retos como éste. En cualquier caso, las condiciones meteorológicas son propicias, así que ante nosotros está el “ahora o nunca”.
Arribamos al verdadero Pla (llano) de la Casa, una especie de pequeña explanada herbácea en un entorno parecido a las breñas norteñas. El gris calizo y el verde del césped y los cojines de monja tapizan un suelo acostumbrado a la presencia de nieve, aunque ahora sea casi una ilusión. No en vano, un “pou de la neu” o nevero, alegra el paraje con su presencia. Un buen sitio para vivaquear con tormenta rindiendo pleitesía al descomunal fresno que vive dentro del pozo.
Dejamos las bicis en el prado, y subimos los últimos 30 metros hasta la cumbre. Perfectamente factibles con la bici al hombro, pero con un par de pasos trepables a los que renunciamos. No hemos venido aquí a sacarnos la foto arriba para decir que somos primos del de Zumosol, sino para ascender porteando o como sea, a un sitio mágico con un reto en forma de bajada por delante. Así pues, subimos frotando calas en la piedra pero no con la burra a lomos.
Trepada final frente a un bastión ruinoso morisco y… arriba la visión es impresionante. En 360º se ve toda la Montaña de Alicante, solo interrumpida por la gigantesca mole de Aitana justo enfrente de nosotros, cerrando la Vall de Guadalest. Las primeras sierras de Murcia se avistan, pero lo tremendo es alcanzar la visión blanca de las nieves del Javalambre y el Peñarroya de Valdelinares de Teruel a un lado, y girar hacia el mar y distinguir la silueta de las islas de Mallorca e Ibiza al otro. No es un tresmil, pero ni falta que le hace.
Arriba mientras uno coloca la pegata rotera en el buzón de paridas, amores y desamores que hay en toda cima emblemática que se precie, con su crucifijo y todo (puestos a ser religiosos mejor dejar las cimas vírgenes); el otro se saca de la chistera mistela de la tierra para brindar, y el de más allá le pide una foto de grupo a un veterano senderista, muy majo por cierto. El caso es que nos hubiésemos empadronado allá arriba, pero el tiempo apremia, ronda la una del mediodía y es mejor desandar lo andado, ponerse las protes y enfilar pedregal abajo y que sea lo que la montaña quiera.
Y así fue. Caracterizada por parecer un bancal de melones, tener un patio importante y un nivel de evacuación en helicóptero más que garantizado, la bajal se dejó, y pasos extremos aparte, logró destapar unos decibelios pasionales entre el ganado rotero, que como buenamente pudo le tiró a todo melón traicionero que había.
Primera parte resuelta sin colleja de la Carmen Sevilla repartiendo suerte, y a enfilar el fondo del Barranc del Moro. “Ondiá, esto parece que se va a poner empinao”. Pues va a ser que sí. La trialera pese al desnivel, se torna más estable y sortea la vegetación. Curvas cerradas, escalones, piedras, por-aquí-sí, por-aquí-no. “A mi no me pongáis delante que la cámara me da respeto”. “A mi tampoco que siempre me caigo”, "cántamela Totxika”. Sillinazo en los webs, enganchón con el zarzal, “tírale por la derecha”, “tírale por la izquierda”, “tírale que no tiene ná”, “¿qué no tiene ná????”. Reunión.
¿Ande andarán las marcas del PR?. Pepako que ejerce de alpinista y se encarama a un pitón rocoso como si fuese el de Bailando con Lobos: otea el horizonte y dice que “por aquí no”. Pues será por allá. Y vaya que si era, nos metemos por una zona disfrutona con una sucesión de Zs que de manera muy concienzuda y en equilibrio serrano permiten bajar un desnivel supino. Una de esas bajales que parecen paridas para la bici y no para los pastores y las mulas que bajaban el hielo de los neveros a los pueblos del valle. “Gallifante para los constructores de la senda!!”.
Entramos al tranquilo pueblo de Fageca donde sale a recibirnos un precioso caballo blanco. “¿De dónde salen éstos?”, debió pensar el pobre animal. Cruzamos el pueblo y nos apostillamos en unos bancos que nos parecieron un tremendo sofá multiorgásmico de ésos. Hale, toca comer al solecito, reponer lorzas, endorfinar un poco y calzarse un café sin copa ni puro en el bareto de al lado.
“Ondiáaaaa qué cuestarrón agsfáltico!!” Perfecto para la digestión de las viandas. Pin, pan, pum, sendero para arriba con ciclabilidad entorno al 0%, aunque de ilusión también se vive y algunos tratan de ciclar apenas 5 metros, luego siempre toca desmontar y empujar. El sol ya no es el de antes y la cara de la sierra es norteña y eso se nota. Josele vuelve a decir aquello de “jodo, cómo tiene que molar esto p’abajo!”. "Ya lo sabeeemoooos Josele!!". La verdad es que el sendero es una pasada, apenas un palmo de ancho, compacto por el bosque, con las rocas cogidas en su sitio, Zs, una carrasca descomunal, vistas a los valles del Norte de Alicante… el único pero es que vamos ganando desnivel y no perdiéndolo. Un matiz sin importancia cuando uno sabe que el día sería bien porteanciero.
Pero como siempre pasa, al final todo llega y al girar un lomo de la montaña emprendemos un tramo tendente hacia abajo que cruza un nuevo canchal. Un tramo casi perfecto. Tras ganar un desnivel importante y con mayores dosis de ciclabilidad llegamos a un antiguo abrevadero de ganado con pozo de mampostería, el Pouet de Campos. Por desgracia el tiempo se nos ha echado encima y aún nos queda el peor peaje de la jornada…
Mi cabeza empieza a dibujar alternativas intentando decirle al sol que no se vaya todavía. El pelotón se insufla ánimos, y llego a alucinar con el personal, que a pesar de las calamidades, del pateo, de los mil y pico de desnivel acumulado, de tener el hombro derecho más grande que el izquierdo del porteo, sigue soltando paridas varias, siguen metiéndose unos con otros adolescentemente, contando historietas, chismorreos varios, en fin, que nadie le ladra al Gandalf de turno así que se me escapa una sonrisa etrusca en la cara ,y me descojono para mis adentros mientras me digo: “joer, ¡qué grandes!”. Pero no lo digo, porque el acojono empieza a flaquearme el gesto y me veo la noche encima. “Josele, sácale una foto al paisaje tío, que la cámara la tengo tocando los desmontables allá dentro en la mochila”. Clic clic. Panorámica sobre les Agulles dels Frares, un bosque pétreo que dejamos para otro día.
No hay sol, el muy cabrito está jugando al escondite detrás de la montaña. Ruido de calizas descuartizadas, “mmmm… ¿no estamos subiendo mucho?, no recuerdo esto taaaaan empinao”. “Oye Pep, ¿tú ves marcas?”. “Zambuuuuu, ves marcas por ahí?”. Con voz lejana se oye: “Sí, hay marcas de huellas!!”. “Maaarcaaaassss de huellas???? pero estamoslocosoqué???, si estábamos siguiendo marcas de PR cagonmivida!!!”. Total que empiezan los nervios, los destrepes, “si es que os ponéis a subir y no paráis”, “ya os decía yo que no hemos madrugado lo suficiente”, “no da tiempo a la última trialera, ya verás tú”, “yo no digo ná que luego todo se sabe”… y cientos de miles de lindezas entre unos y otros, que se las llevó un viento amenazante justo al encarar el último tramo porteable. El más duro de todos eso sí, aunque picase hacia abajo. Cosas de Serrella.
Estamos en la Font Roja, al principio del Barranc del Cirer, en una canal por la que sopla el viento que no veas y desde la que sale de nuevo, el camino que tomamos esta mañana. “Qué hacemos del caldo?, ¿da tiempo a empalmar las dos bajadas previstas hasta los coches?”. Decidimos tirar camino arriba y pensar en terminar la subida. Algunos no podemos más, y se nos caen los potroak al suelo al ver pasar a otros más frescos que una lechuga xino xano encima de la burra. “Ahora si que no me encuentro bien”.
Collado. “Minuto y marcador: seis menos veinte de la tarde”. Viento. Petación. Sensación de frío intenso. No sol. Ganas de birronchos. Venga, dejemos algo para otro día, aunque eso signifique no ganarse pal currículum la madre de todas las trialeras de esta cordillera sin nombre: el Comptador. Un antiguo paso de ganado que servía para contar las cabezas, y que sin duda hoy en día es la más brutal de las bajadas de la Terreta, con un patio acojonante y rocosa como ella sola, infunde demasiado respeto como para abordarla sin luz, con viento y tremendamente petados. Por una vez hay que ser un poco cuerdos. También nos olvidamos de momento, de la primera senda porteada.
El final fue triste, quizá merecimos mejor resultado, volverse por pista es infame habiendo llegado hasta donde llegamos. Pero para nuestros adentros aún brilla el sol de la mañana, en nuestras retinas se reflejan las vistas desde el pico, nuestros oídos aún escuchan el rechinar de una banda sonora compuesta por millones de pequeños fragmentos calizos, los hombros recuerdan los 500 mts de porteo, y nuestros antebrazos la espectacular bajada desde arriba, el paisaje lo tenemos marcado a fuego, y cómo no, nos sentimos más amigos si cabe, de unos pedazo de garrulos que escondidos bajo un casco son capaces de endiñarse una embarcada como ésta sin saber dónde van. Cosa, que aunque suene a tópico, te llena como persona.
Serrella lo volvió a poner difícil una vez más.
No es un tresmil, pero ni falta que le hace.
Mencionar en el ámbito montañero alicantino el nombre de “Serrella”, es signo de admiración y respeto. Hacerlo en el ámbito ciclista es síntoma de indiferencia, es hablar de una montaña a la cual casi nadie ha ido en bici.
Entrando en materia nos encontramos de lleno con todo un campamento base clandestino. Viene bien eso de “desconectar de la estresante vida diaria urbanita” vivaqueando -¿o debería decir acampando en toda regla?- en el monte, lejos de los ronquidos del vecino. Pero claro, eso de meterse a lo salvaje en el monte con un flamante BMW X5, quizá desentona un poco. En cualquier caso, surcamos el primer sendero del día al lado de la acampada sin ruidos extras, no vaya a ser que se despierten sus moradores y nos denuncien por circular en bici por aquellos andurriales. Eso sí es delito.
En las profundidades de los nacederos del río Guadalest nos perdemos. Escasamente a los 15 minutos de salir del diminuto pueblo de l’Abdet, reducto morisco donde hemos dejado los coches para esta rotada circular, épica y salvaje a priori. No está mal, 15 minutos dan mucho de sí, y antes de perdernos ya hemos superado cuestarrones agsfálticos para calentar, hemos surcado pseudocomunas hippies entre bancales de ancestrales olivos, hemos realizado un exigente slalom entre las decenas de árboles que yacen sin vida en mitad del sendero fruto de los nevazos del año pasado, cruzado un barranco y soltado unos cuantos tordos matutinos. La cosa parece que nos estaba cundiendo.
Como alma que lleva el diablo empezamos a empujar p’arriba por un sendero entre el pinar donde alguien musita la frase del día “jodo, cómo tiene que molar esto p’abajo!”. En un tris alcanzamos el final de la senda votándola por unanimidad de los presentes como “paso obligatorio para volver a los coches”. Si el Juanako lo ve bien, para mi va a misa.
Los carteles que guían el sendero son rústicos que te cagas, pero llenar de indicaciones el monte señalando incluso poblaciones lindantes con otros continentes, es otra extrañeza más que nos encontramos en esta mañana de monte. ¿No será que hemos madrugado mucho y andamos faltos de sueño?
Caminito que va ganando altura, ropa que va sobrando, “hasta allá hay que subir”, “ni falta que hacía decirlo”… Puerto de Confrides. “Por aquí suben en la Vuelta, y por aquí nos desviamos nosotros”. Xino xano rot style. Me quedo. El Totxika me hace compañía. “Jodo qué dolor de espalda”. “Normal con ese pedazo mochilo”. Las Puertas de Mordor. Los compañeros de delante cada vez más chiquitines a la vista, las cuestas cada vez más grandes…
Alcanzamos el segundo collado del día. Santa manía de hacer fotos cuando uno va todo petao. Parlamento sobre dónde almorzamos, cosa importante que no hay que dejar al azar, así que como el viento es fresquete en este punto, decidimos avanzar a otro collado casi inmediato. De esta manera llegamos al Coll de Borrell, balcón natural a más de 1200 mts donde termina el único camino 100% ciclable de toda la sierra. Mientras desparramamos el viandaje sobre el suelo, alucinamos bellotas con las vistas que tenemos hacia la senda arrastraculera por donde los senderistas bajan como pueden la cara SW del principal objetivo del día: el Pla de la Casa. Venerable pico que constituye la altura máxima de la sierra de Serrella, elevándose hasta los 1379 mts a escasos kilómetros en línea recta de la Bahía de Altea. No es un tresmil, pero ni falta que le hace.
Ahora son los senderistas quienes flipan al ver que nuestras intenciones son colgarnos de la montaña subiendo a lo más alto. Nos desean suerte, apuramos los bocatas, Pepako repara con una subespecie peluda de lombriz montañesa la rueda del Gotxo, y enfilamos sendero por la vertiente Sur de la cumbre.
“Quédate con este ruido porque hasta la tarde no lo vamos a abandonar”, le digo a alguien mientras empezamos a seguir huella por el canchal calizo. Un pie detrás de otro, bien apoyado. Fotos para el recuerdo por un paso poco convencional que a nosotros ya nos parece parte del pasillo de casa, al utilizarlo mucho en nuestras correrías por Serrella. En apenas 20 minutos cambiamos horizonte visualizando el impresionante Barranc del Moro desde el Portet de Fageca, otro collado antesala del peaje final hacia el pico: una canaleta que alberga un canchal muy bien labrado a bases de miles de heladas nocturnas.
Sin pensarlo mucho, esta gente enseguida enfila hacia arriba, algunos incluso se permiten el lujo de ciclar un poco. Las voces se callan y habla la piedra. Los de delante a medida que subimos entre el caos de piedra, mascullan la flipancia que supone el escenario convertido en dantesco con nosotros como actores principales. A la altura de un espolón desprendido montamos la reunión. La visión se torna espectáculo con un telón de fondo color azul-mediterráneo, donde el Montgó, la última de nuestras murallas pétreas, se desploma sobre el mar al fondo del barranco.
El Zambu no lo ve muy claro mientras Josele no para de chillar de emoción. Es bueno tener en un grupo tan dispares opiniones, pues quizá en la media recaiga la cordura suficiente para afrontar retos como éste. En cualquier caso, las condiciones meteorológicas son propicias, así que ante nosotros está el “ahora o nunca”.
Arribamos al verdadero Pla (llano) de la Casa, una especie de pequeña explanada herbácea en un entorno parecido a las breñas norteñas. El gris calizo y el verde del césped y los cojines de monja tapizan un suelo acostumbrado a la presencia de nieve, aunque ahora sea casi una ilusión. No en vano, un “pou de la neu” o nevero, alegra el paraje con su presencia. Un buen sitio para vivaquear con tormenta rindiendo pleitesía al descomunal fresno que vive dentro del pozo.
Dejamos las bicis en el prado, y subimos los últimos 30 metros hasta la cumbre. Perfectamente factibles con la bici al hombro, pero con un par de pasos trepables a los que renunciamos. No hemos venido aquí a sacarnos la foto arriba para decir que somos primos del de Zumosol, sino para ascender porteando o como sea, a un sitio mágico con un reto en forma de bajada por delante. Así pues, subimos frotando calas en la piedra pero no con la burra a lomos.
Trepada final frente a un bastión ruinoso morisco y… arriba la visión es impresionante. En 360º se ve toda la Montaña de Alicante, solo interrumpida por la gigantesca mole de Aitana justo enfrente de nosotros, cerrando la Vall de Guadalest. Las primeras sierras de Murcia se avistan, pero lo tremendo es alcanzar la visión blanca de las nieves del Javalambre y el Peñarroya de Valdelinares de Teruel a un lado, y girar hacia el mar y distinguir la silueta de las islas de Mallorca e Ibiza al otro. No es un tresmil, pero ni falta que le hace.
Arriba mientras uno coloca la pegata rotera en el buzón de paridas, amores y desamores que hay en toda cima emblemática que se precie, con su crucifijo y todo (puestos a ser religiosos mejor dejar las cimas vírgenes); el otro se saca de la chistera mistela de la tierra para brindar, y el de más allá le pide una foto de grupo a un veterano senderista, muy majo por cierto. El caso es que nos hubiésemos empadronado allá arriba, pero el tiempo apremia, ronda la una del mediodía y es mejor desandar lo andado, ponerse las protes y enfilar pedregal abajo y que sea lo que la montaña quiera.
Y así fue. Caracterizada por parecer un bancal de melones, tener un patio importante y un nivel de evacuación en helicóptero más que garantizado, la bajal se dejó, y pasos extremos aparte, logró destapar unos decibelios pasionales entre el ganado rotero, que como buenamente pudo le tiró a todo melón traicionero que había.
Primera parte resuelta sin colleja de la Carmen Sevilla repartiendo suerte, y a enfilar el fondo del Barranc del Moro. “Ondiá, esto parece que se va a poner empinao”. Pues va a ser que sí. La trialera pese al desnivel, se torna más estable y sortea la vegetación. Curvas cerradas, escalones, piedras, por-aquí-sí, por-aquí-no. “A mi no me pongáis delante que la cámara me da respeto”. “A mi tampoco que siempre me caigo”, "cántamela Totxika”. Sillinazo en los webs, enganchón con el zarzal, “tírale por la derecha”, “tírale por la izquierda”, “tírale que no tiene ná”, “¿qué no tiene ná????”. Reunión.
¿Ande andarán las marcas del PR?. Pepako que ejerce de alpinista y se encarama a un pitón rocoso como si fuese el de Bailando con Lobos: otea el horizonte y dice que “por aquí no”. Pues será por allá. Y vaya que si era, nos metemos por una zona disfrutona con una sucesión de Zs que de manera muy concienzuda y en equilibrio serrano permiten bajar un desnivel supino. Una de esas bajales que parecen paridas para la bici y no para los pastores y las mulas que bajaban el hielo de los neveros a los pueblos del valle. “Gallifante para los constructores de la senda!!”.
Entramos al tranquilo pueblo de Fageca donde sale a recibirnos un precioso caballo blanco. “¿De dónde salen éstos?”, debió pensar el pobre animal. Cruzamos el pueblo y nos apostillamos en unos bancos que nos parecieron un tremendo sofá multiorgásmico de ésos. Hale, toca comer al solecito, reponer lorzas, endorfinar un poco y calzarse un café sin copa ni puro en el bareto de al lado.
“Ondiáaaaa qué cuestarrón agsfáltico!!” Perfecto para la digestión de las viandas. Pin, pan, pum, sendero para arriba con ciclabilidad entorno al 0%, aunque de ilusión también se vive y algunos tratan de ciclar apenas 5 metros, luego siempre toca desmontar y empujar. El sol ya no es el de antes y la cara de la sierra es norteña y eso se nota. Josele vuelve a decir aquello de “jodo, cómo tiene que molar esto p’abajo!”. "Ya lo sabeeemoooos Josele!!". La verdad es que el sendero es una pasada, apenas un palmo de ancho, compacto por el bosque, con las rocas cogidas en su sitio, Zs, una carrasca descomunal, vistas a los valles del Norte de Alicante… el único pero es que vamos ganando desnivel y no perdiéndolo. Un matiz sin importancia cuando uno sabe que el día sería bien porteanciero.
Pero como siempre pasa, al final todo llega y al girar un lomo de la montaña emprendemos un tramo tendente hacia abajo que cruza un nuevo canchal. Un tramo casi perfecto. Tras ganar un desnivel importante y con mayores dosis de ciclabilidad llegamos a un antiguo abrevadero de ganado con pozo de mampostería, el Pouet de Campos. Por desgracia el tiempo se nos ha echado encima y aún nos queda el peor peaje de la jornada…
Mi cabeza empieza a dibujar alternativas intentando decirle al sol que no se vaya todavía. El pelotón se insufla ánimos, y llego a alucinar con el personal, que a pesar de las calamidades, del pateo, de los mil y pico de desnivel acumulado, de tener el hombro derecho más grande que el izquierdo del porteo, sigue soltando paridas varias, siguen metiéndose unos con otros adolescentemente, contando historietas, chismorreos varios, en fin, que nadie le ladra al Gandalf de turno así que se me escapa una sonrisa etrusca en la cara ,y me descojono para mis adentros mientras me digo: “joer, ¡qué grandes!”. Pero no lo digo, porque el acojono empieza a flaquearme el gesto y me veo la noche encima. “Josele, sácale una foto al paisaje tío, que la cámara la tengo tocando los desmontables allá dentro en la mochila”. Clic clic. Panorámica sobre les Agulles dels Frares, un bosque pétreo que dejamos para otro día.
No hay sol, el muy cabrito está jugando al escondite detrás de la montaña. Ruido de calizas descuartizadas, “mmmm… ¿no estamos subiendo mucho?, no recuerdo esto taaaaan empinao”. “Oye Pep, ¿tú ves marcas?”. “Zambuuuuu, ves marcas por ahí?”. Con voz lejana se oye: “Sí, hay marcas de huellas!!”. “Maaarcaaaassss de huellas???? pero estamoslocosoqué???, si estábamos siguiendo marcas de PR cagonmivida!!!”. Total que empiezan los nervios, los destrepes, “si es que os ponéis a subir y no paráis”, “ya os decía yo que no hemos madrugado lo suficiente”, “no da tiempo a la última trialera, ya verás tú”, “yo no digo ná que luego todo se sabe”… y cientos de miles de lindezas entre unos y otros, que se las llevó un viento amenazante justo al encarar el último tramo porteable. El más duro de todos eso sí, aunque picase hacia abajo. Cosas de Serrella.
Estamos en la Font Roja, al principio del Barranc del Cirer, en una canal por la que sopla el viento que no veas y desde la que sale de nuevo, el camino que tomamos esta mañana. “Qué hacemos del caldo?, ¿da tiempo a empalmar las dos bajadas previstas hasta los coches?”. Decidimos tirar camino arriba y pensar en terminar la subida. Algunos no podemos más, y se nos caen los potroak al suelo al ver pasar a otros más frescos que una lechuga xino xano encima de la burra. “Ahora si que no me encuentro bien”.
Collado. “Minuto y marcador: seis menos veinte de la tarde”. Viento. Petación. Sensación de frío intenso. No sol. Ganas de birronchos. Venga, dejemos algo para otro día, aunque eso signifique no ganarse pal currículum la madre de todas las trialeras de esta cordillera sin nombre: el Comptador. Un antiguo paso de ganado que servía para contar las cabezas, y que sin duda hoy en día es la más brutal de las bajadas de la Terreta, con un patio acojonante y rocosa como ella sola, infunde demasiado respeto como para abordarla sin luz, con viento y tremendamente petados. Por una vez hay que ser un poco cuerdos. También nos olvidamos de momento, de la primera senda porteada.
El final fue triste, quizá merecimos mejor resultado, volverse por pista es infame habiendo llegado hasta donde llegamos. Pero para nuestros adentros aún brilla el sol de la mañana, en nuestras retinas se reflejan las vistas desde el pico, nuestros oídos aún escuchan el rechinar de una banda sonora compuesta por millones de pequeños fragmentos calizos, los hombros recuerdan los 500 mts de porteo, y nuestros antebrazos la espectacular bajada desde arriba, el paisaje lo tenemos marcado a fuego, y cómo no, nos sentimos más amigos si cabe, de unos pedazo de garrulos que escondidos bajo un casco son capaces de endiñarse una embarcada como ésta sin saber dónde van. Cosa, que aunque suene a tópico, te llena como persona.
Serrella lo volvió a poner difícil una vez más.
No es un tresmil, pero ni falta que le hace.
QUÉ BUENO Y QUÉ GRANDE, COMO SIEMPRE!
ResponderEliminarGracias Secre por semejante descripción de lo que es una épica en pura esencia!
Me encantan tus divagancias, xé!
Qué ganas tengo de la próxima...
Las palmas me duelen de aplaudir aquí mismo en casa al leerlo por enésima vez ya....
ResponderEliminarQUÉ GRANDE ES ESTO, SECRE !!!!
Estas rotadas y lo que acarrean antes y después es "lo que va fent mare" en el tonel rotero.
Di que sí, Pep. Qué gran verdad.
ResponderEliminarPep, hoy te hemos echao en falta. Mejórate eso bien, nen.
Jodo. Ayer se me truncó la rotada de golpe. Tan prongo estaba con pasando al lado de las bicis, como de pronto, me quedo enganchado sin hacer esfuerzo alguno.
ResponderEliminarIbuprofenos que me quedan del constipado, voy a por vosotros !!
Que wapo!!! Oye que si lo que quereis es llevar la bici al hombro... yo conozco unos cuantos sitios aptos para tal menester.;)
ResponderEliminarMe alegro que os guste. Mejórate primo, haces falta como ya te ha dicho el otro primo.
ResponderEliminarLa homofilia nos ha respetao, pese a todo. ejjjjejjje
No. Se os va totalmente. Lo que quereis es verme engobiao en los tramos de dudoso agarre, el careto-jiñe que emano.....
ResponderEliminarEstamos en el camino de la vuelta, espero. A ver si Oscurín se prodiga algo, que se le ve menos por las rotadas que por el blog. Como a Tender. Traspaso ya !!!
Osc está buscando patrocinadores de badminton, Tendero lo he dejao en un bar, y yo... me voy a la piltra pero ya!!
ResponderEliminarBrutalisima crónica Vicent. :D
ResponderEliminarGrandisima cronica!!!.
ResponderEliminar;)
ResponderEliminarCasi sábado ya, y aún no sabemos dónde rotamos!! :D
La última rotada fue de muchos kilates trones!!
PEPE, ¿CÓMO VAS DE LO TUYO?
Va mejor el tema. Espero estar en filas este finde, sip.
ResponderEliminarBRUTAL
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