BORN IN THE SOUTH FACE
La niebla se esfumó, y dejó paso de pronto, a la realidad. Un escenario dantesto hizo vibrar de repente al simpático biker venido del Norte de Europa que nos acompañaba aquel día. Su barba dejó entrever una boca abierta de admiración y unos ojos sorprendidos. Incluso se diría que atenazados ante la visión inesperada de aquella montaña.
A veces pienso qué sensación debe transmitir nuestro terreno a primera vista. Sensación que a nosotros, ya se nos ha perdido en lo más profundo de nuestro conocimiento, máxime cuando estamos cansados ya de recorrerlo de cabo a rabo.
La Cara Sur de esta montaña que tanto nos ha influido a los roteros, es imponente. El Sit es un marco absolutamente increíble para nuestro negocio con ruedas. Mirarla desde arriba es intentar adivinar por dónde bajarán cualquiera de las 11 ó 12 magníficas sendas y trialeras, que de momento, han sido avistadas por los ojos rots en cualquiera de sus vertientes. Verla desde arriba a veces, te desvela esos secretos, y te deja patidifuso a partes iguales, por la magnitud del trazado.
La historia ha elevado a los altares a las laderas “Norte”, escenario de episodios montañeros de inusitada belleza que saltaron a la fama por la dificultad humana que entrañaron. Sinónimo de nieve, hielo y frío, la Cara Norte es como sentir el viento y la cegadora ventisca, en la poca piel que queda expuesta al aire. Es como pronunciar la épica sin decir nada, como promulgar el deseo humano de vencer a la Naturaleza sin pensar palabras. La cúspide de los deportes de montaña. El todo y la nada.
Entonces, ¿qué hemos estado haciendo durante todos estos años, las personas que vivimos en según qué sitios del planeta, donde el hielo y la nieve coexisten, pero de otro modo no tan influyente con los deportes que tanto amamos?
A veces pienso qué sensación debe transmitir nuestro terreno a primera vista. Sensación que a nosotros, ya se nos ha perdido en lo más profundo de nuestro conocimiento, máxime cuando estamos cansados ya de recorrerlo de cabo a rabo.
La Cara Sur de esta montaña que tanto nos ha influido a los roteros, es imponente. El Sit es un marco absolutamente increíble para nuestro negocio con ruedas. Mirarla desde arriba es intentar adivinar por dónde bajarán cualquiera de las 11 ó 12 magníficas sendas y trialeras, que de momento, han sido avistadas por los ojos rots en cualquiera de sus vertientes. Verla desde arriba a veces, te desvela esos secretos, y te deja patidifuso a partes iguales, por la magnitud del trazado.
La historia ha elevado a los altares a las laderas “Norte”, escenario de episodios montañeros de inusitada belleza que saltaron a la fama por la dificultad humana que entrañaron. Sinónimo de nieve, hielo y frío, la Cara Norte es como sentir el viento y la cegadora ventisca, en la poca piel que queda expuesta al aire. Es como pronunciar la épica sin decir nada, como promulgar el deseo humano de vencer a la Naturaleza sin pensar palabras. La cúspide de los deportes de montaña. El todo y la nada.
Entonces, ¿qué hemos estado haciendo durante todos estos años, las personas que vivimos en según qué sitios del planeta, donde el hielo y la nieve coexisten, pero de otro modo no tan influyente con los deportes que tanto amamos?
Para mi, hemos estado perdiendo el tiempo anhelando otros escenarios ajenos, imaginando vivencias foráneas, evitando fijar la vista en la potencialidad de lo que teníamos delante desde que nacimos.
Hemos perdido jornadas de una epopeya absoluta, por caer en el craso error de otorgar solamente la belleza, a lo que está teñido en plácidos verdes, o penitentes blancos.
Ante nuestras ruedas, más gruesas que la media, se vaticina una dura sesión de ciclismo de montaña vestido de reto, destreza y técnica, a partes iguales.
Una ladera caída se agolpa a dos fracturas calizas: la de arriba culmina el relieve, y la de abajo, 400 metros por debajo, lo sostiene a base de farallones de color blanquecino, marrón y gris, como si fuesen los mismísimos hombros de Atlas. Entre las paredes se desparraman barrancos que permanecen secos durante muchos días al año, y se reconvierten en una trampa mortal para la vida en cuestión de minutos.
Venerables carrascas le ponen al mal tiempo buena cara, y en el retal vegetal le acompañan plantas y flores de unas fragancias atrapadoras, diminutas e hirsutas, que son la clave para toda una comunidad biológica con más valor, que muchos km cuadrados juntos de montañas norteñas, erróneamente catalogadas como más ricas desde el punto de vista de la biodiversidad. Esto es tan cierto, como que la cantidad de piedra que atesora la Cara Sur, se convierte en toda una manera de entender el mountain bike entre quienes vivimos en ella.
Si no te adaptas al roquedo, pasarás a odiar este escenario, huirás de sus bucles más asombrosos y pasarás a vivir una vida de biker errante, en la que te sumirás en un hervidero de pistas que no hacen sino bordear el verdadero paraíso. La verdadera épica. La pasión y el reto real.
Por el contrario, si osas meterte en la rueda, si al primer escalón que enfiles, el gusanillo te ha tocado algo que no aciertas bien a ubicar dentro de ti… siéntete perdido y prepárate para la osadía.
Acumularás en tus piernas ínfimos senderos aéreos cubiertos de desnivel comprometido, con su roca aquí y su piedra mal puesta allá, exprimirás tu montura como nunca ningún ingeniero lo hubiese imaginado para un biker medio, y te expondrás a una prolongada sesión de compresión y expansión muscular, que te dejará huella en tu vida como ciudadano normal.
Podrás pasar de visualizar desde abajo un telón de fondo montañoso en el que pensabas que “ahí no hay nada”, a protagonizar una bajadísima entre lazadas de piedra suelta, petada de enganchones con espartos y romeros, repleta de ramazos de pino carrasco, y encogimientos masivos de esfínter a cada dos metros, en escalones que parecen sumergirte en una ola y donde al salir de ella, pareces resurgir a flote como dando gracias sin saber muy bien qué ha pasado.
Volverás la vista atrás con dolor de cuello, te quitarás la mochila, aflojarás los velcros de las protecciones y te arrodillarás ante ese altar brutal, ahora infinitamente bello ante tus ojos, pasando a ser irremediablemente, uno más en la dura tarea que conlleva sostener a hombros aquella ensalada de yolos, caliza desgajada y vegetación espinosa. Como si fueses el mismísimo Atlas.
Hemos perdido jornadas de una epopeya absoluta, por caer en el craso error de otorgar solamente la belleza, a lo que está teñido en plácidos verdes, o penitentes blancos.
Ante nuestras ruedas, más gruesas que la media, se vaticina una dura sesión de ciclismo de montaña vestido de reto, destreza y técnica, a partes iguales.
Una ladera caída se agolpa a dos fracturas calizas: la de arriba culmina el relieve, y la de abajo, 400 metros por debajo, lo sostiene a base de farallones de color blanquecino, marrón y gris, como si fuesen los mismísimos hombros de Atlas. Entre las paredes se desparraman barrancos que permanecen secos durante muchos días al año, y se reconvierten en una trampa mortal para la vida en cuestión de minutos.
Venerables carrascas le ponen al mal tiempo buena cara, y en el retal vegetal le acompañan plantas y flores de unas fragancias atrapadoras, diminutas e hirsutas, que son la clave para toda una comunidad biológica con más valor, que muchos km cuadrados juntos de montañas norteñas, erróneamente catalogadas como más ricas desde el punto de vista de la biodiversidad. Esto es tan cierto, como que la cantidad de piedra que atesora la Cara Sur, se convierte en toda una manera de entender el mountain bike entre quienes vivimos en ella.
Si no te adaptas al roquedo, pasarás a odiar este escenario, huirás de sus bucles más asombrosos y pasarás a vivir una vida de biker errante, en la que te sumirás en un hervidero de pistas que no hacen sino bordear el verdadero paraíso. La verdadera épica. La pasión y el reto real.
Por el contrario, si osas meterte en la rueda, si al primer escalón que enfiles, el gusanillo te ha tocado algo que no aciertas bien a ubicar dentro de ti… siéntete perdido y prepárate para la osadía.
Acumularás en tus piernas ínfimos senderos aéreos cubiertos de desnivel comprometido, con su roca aquí y su piedra mal puesta allá, exprimirás tu montura como nunca ningún ingeniero lo hubiese imaginado para un biker medio, y te expondrás a una prolongada sesión de compresión y expansión muscular, que te dejará huella en tu vida como ciudadano normal.
Podrás pasar de visualizar desde abajo un telón de fondo montañoso en el que pensabas que “ahí no hay nada”, a protagonizar una bajadísima entre lazadas de piedra suelta, petada de enganchones con espartos y romeros, repleta de ramazos de pino carrasco, y encogimientos masivos de esfínter a cada dos metros, en escalones que parecen sumergirte en una ola y donde al salir de ella, pareces resurgir a flote como dando gracias sin saber muy bien qué ha pasado.
Volverás la vista atrás con dolor de cuello, te quitarás la mochila, aflojarás los velcros de las protecciones y te arrodillarás ante ese altar brutal, ahora infinitamente bello ante tus ojos, pasando a ser irremediablemente, uno más en la dura tarea que conlleva sostener a hombros aquella ensalada de yolos, caliza desgajada y vegetación espinosa. Como si fueses el mismísimo Atlas.
Ooooooleeee.
ResponderEliminarLUJAZO DE DIVAGANDIA. PLAS PLAS PLAS
Jodo, payo, qué currada de divaganda. A cada cual mejor.
ResponderEliminarRealmente, primo, esto se te da pero que muy bien y no veas el rato de agradable lectura que nos haces pasar!
Viva el Sur cogno!!!!
ResponderEliminarGracias Secre!!!!!
ResponderEliminarQue gran momento me acabas de regalar!!!!
Muy muy muy buena divagancia.
Y que gran verdad contiene en referencia a nuestra terreta.
GRANDE VICENTE!!!!
Muy buena divagacion!!!.
ResponderEliminarGracias helmanos, lo cerebelo enormemente.
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