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lunes, 7 de octubre de 2013

LA CRISIS DEL CALZONCILLO.

Me recuerdo a mi mismo junto a aquel amigo de la infancia, y con apenas 13 ó 14 años, divagando acerca de la autenticidad o no, de las primeras bicis de montaña con suspensión delantera.

Cierto, aquello ya era una declaración de intenciones y el principio de un largo currículum para certificar dentro de muchos años, el Máster en abuelo-cebollismo. Pero hoy en día lo percibo todo, como un carácter predestinado al puretismo descontrolado. Algo que es descaradamente maligno, con tintes antisociales marcados, y de resultado incierto.

Y es que, y permíteme que personalice, del mismo modo que odio clasificar y que me clasifiquen, amo el sentido de pertenencia, en el sentido más tribal de la palabra.

Curiosa dicotomía, pero a la vez real. Desgraciadamente real.

El tiempo pasó. Aquellos veranos de divaganda a la sombra de los cipreses con las cletas de entonces, dieron paso a divagandas a la sombra del café licor en un ambiente más nocturno, y con el tiempo, uno siempre retoma lo que nunca abandonó del todo. Vamos, que dejé de pillarme el pedal, para darle de nuevo a los pedales.

Y claro, uno se autoanaliza, ve lo que le rodea, que no tiene absolutamente nada que ver a lo que había hacía 10 años, y cae en la necesidad de compra. Renovarse o morir. “Pues habrá que renovarse”, pensé.

La renovación pasó por anular las sentencias que aquellos dos jueces imberbes emitimos bajo los cipreses, un suspiro posterior, una inspiración bien potente, y una horquilla de suspensión al canto. No veas si lucía bien aquella MZ Bomber en aquel cuadro cromado de CrMo.

Empecé a pillarle el gusto al tema. No hay nada como gastarse unos cuartos bien ganados, en la bici. Parece que las cuestas no cuesten, valga la rebuznancia.

Y al poco se configuró de nuevo la grupeta, conforme iban todos pasando la etapa de estabilización juvenil. Como no podía caer más café licor, volvimos a caernos en bici.

Con mi pareja apalabré un año de travesía en el desierto, y si seguía metido en el ajo, adaptarme a la modernidad con bici nueva, la que me recomendaba el mercado. “Si en un año no lo he dejado: pecaré”. Y así fue.

Arrumbado de nuevo quedó mi acero del Cuaternario, esperando el paso del tiempo, cayendo en el olvido bajo el yugo del óxido corrosivo.

Tan radical fue el cambio que me autoexigí demasiado, y me costó pillarle el hilo. Se diría que bajaba más rápido antes. “¿Qué me pasa doctor?”. Ayyy amigo… los hilos del mercado!!!

Tapé mis oídos y en las bajadas me olvidé del resto. Allí estábamos, en mitad de la montaña, aquella bici de marca mítica y yo, el resto no importaba. Al final le pillé el punto hasta el aburrimiento. Sentía que necesitaba más, y luego más, hasta que en esencia, de aquella bici solo quedaban ya el cuadro, las bielas y el cassette originales.

A los dos años, en una trialera infame aquel cuadro gobernado por una chapa con un piolo, me dijo “ahí te quedas”. Y vaya que si me quedé, más tirao que un pañuelo de papel.

Pero, ¿qué más da?, era el escenario y el momento ideal para un nuevo cambio, el mercado volvía a susurrarme las mejoras del momento, así que me volví a subir al carro. Quizá fuese el peldaño definitivo!!

Desde aquel momento, ya calzaba mayor aparato para bajar el monte que para mear. “Esto es justamente lo que necesitaba”, aseveré. Pero ¿qué era lo que en realidad necesitaba?, eso por suerte, lo tuvimos siempre claro desde las charlas de los cipreses.

Berenjenales mil, viajes siempre soñados, nuevas travesías saliendo desde la puerta de casa, y unas bicicletas con un funcionamiento jamás imaginado, hasta que me llegó la crisis del calzoncillo. Esa crisis existencialista que te dice que te despojes de todo lo inútil, y que te quedes sólo con lo verdaderamente importante, aquello que te permita seguir haciendo lo mismo que haces, sin que nadie te mire del todo raro.

Y con otra vuelta de tuerca más, de esas que da la vida, me quité la ropa. Esta vez no hizo falta ni catar el café licor para perder la vergüenza.

“Te la pegarás, vas al revés del mundo, eso es nadar a contracorriente, solamente una alternativa a ratos concretos” me decía el mercado. Pero esta vez, con el abuelo-cebollismo ya diagnosticado, y totalmente descontrolado dentro de mi cuerpo, no le hice caso.

Le levanté el índice, busqué un poco y junto con un libro de autoayuda destructiva escrito por cuatro hippies del Camp4 del Yosemite, que murieron creyéndose libres para hacerlo, me rasgué las vestiduras. Empecé a coquetear con mi hierro primitivo, apenas dos metidas de mano, y me gustó, aunque conocía ya algunas posturas un tanto complicadas, que no hacían sino pedirme una amante un poquito más flexible y acorde.

Llevo ya más rutas que dedos en las manos, con otro cuadro hecho del mismo material que el que apoyábamos en aquellos cipreses, aunque mucho más robusto; y lo que es peor, me sigo haciendo la misma pregunta que en aquellas tardes de verano nos hacíamos, acerca de la autenticidad del ciclismo de montaña.

El mercado me dice que no, que mi crisis es postural, que eso se pasa con un poco de almohadilla eléctrica, alcanfor, un amortiguador trasero y nuevo diámetro de rueda. También que no idolatre a nada ni nadie, que el postureo es para la adolescencia, que ir de tal o de cual no es para mi…

En la grupeta me encuentro sumido en sus profundidades, oliéndoles apenas el rastro al resto de los colegas, cuando el sendero se hace de palmo y medio y enchufa hacia abajo; y allí me quedo a mi bola, jugueteando con esta y esta otra piedra, parando para recuperar la circulación de mis manos, convencido que esos momentos hay que estirarlos, marcando una inercia divertida claro está, pero en cualquier caso no intentando llegar abajo lo más rápido posible sencillamente porque acaban antes.

Por eso aquí sigo, alucinando bellotas con algo que no me costó ni una compra semanal del Mercadona, repintado, forrado a pegatas cual carpeta del instituto, y nadando al revés en un río repleto de necesidades que todo el mundo entiende como básicas.

Eso sí, admitiendo a trámite la horquilla delantera, porque aquellos jueces imberbes no tenían ni puta idea.

7 comentarios:

  1. Juas juas! Muy bueno, primol.

    Una interesante, entretenida y divertida reflexión sobre quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos en esto a lo que llamamos MTB.

    ...pero, al final, lo que importa es quiénes vamos, qué hacemos y a dónde. El resto es secundario.

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    1. Bueno, eso ya sabemos que es indiscutible.

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  2. Como decian los Manowar.... Power of steel!

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  3. Que bueno !!!!


    Aunque lo realmente auténtico es poder ir la banda completa y disfrutar todos con esa infrecuente tolerancia de todos para con el material de cada uno. Y pasarlo teta por los años !!!!!

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  4. Que ya, que yaaaa, que todo eso, sulfatarse de romero, comerse la ensalada de Javi, gritarle a otro "pakete!!!" y todo eso es lo auténticamente necesario...

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  5. Oye que también se puede criticar eh! ;-)

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