SI TE DICEN QUE ESTÁ AHÍ
No somos muy dados a las efemérides, pero sí nos gusta mirar atrás de vez en cuando. El próximo 11 de mayo hará tres años de la ascensión al Puig Campana en bici de montaña. Un día impresionante, que a pesar de la distancia, queda bien fresco en nuestras retinas y materia gris.
Como para no recordar que, aquel día...
Ilusiones
extremas.
Desde la Penya el Rot soñamos con
abordar esta ruta desde hacía años. Pero por unos u otros motivos, no se pudo
concretar el pegue definitivo a esta cima inédita para el ciclismo de montaña.
Que nosotros sepamos, nunca antes había subido ninguna bici a su cúspide de
1.410 metros.
Aunque el motivo principal de
nuestro propósito no era el de culminar ningún récord, sino más bien, disfrutar
de la travesía y saber qué se siente en tan privilegiado balcón, rodeado de
colegas y con tu bici impaciente por despachar una antológica bajada de 1100
metros de desnivel negativo, y 8 kilómetros de longitud, con una dureza muy
extrema. Y todo ello con el Mediterráneo como telón de fondo.
Con semejantes ingredientes nos
plantamos 6 ciclistas de montaña a los pies de la colosal pirámide de piedra,
para poco a poco ir ganando altura por un sendero peleón, de ésos que toca
emplearse a fondo y saldar metro a metro con esfuerzo y entrega.
La visión inicial es engañosa,
pues la cima principal está escondida justo detrás del espadán rocoso que
tenemos de frente, y al que el sendero se ve obligado a bordear. ¡Parece
mentira que vayamos a subir hasta allí arriba!
Aúpa! |
Con la ilusión de las grandes
jornadas de ciclomontañismo, avanzamos casi sin darnos cuenta. La grupeta sabe
muy bien a qué juega hoy, sabe que cualquier exceso se paga, y que la montaña
que tenemos delante es poderosa, así que es preferible aliarse a ella de manera
venerable, a infravalorarla sabiendo que muy probablemente tendremos que
suplicarle clemencia.
El sendero se empina por
momentos, pero se deja hacer. Este tipo de trazados mediterráneos resultan
antiquísimos, y se alzan progresivamente por las laderas en busca de enlaces y
collados, sobre los que comunicar los diferentes valles que ríos y barrancos
han creado en busca del eterno azul del mar.
La diagonal nos vence en
ocasiones, y a ratos bajamos de la bici. El clásico sonido de los canchales
calizos en ahora quien nos acompaña. En este terreno la cubierta ha de ser
generosa, con taqueado blando y suficiente para equilibrar el agarre, y cuando
se echa pie a tierra el calzado debe resultar tan cómodo como seguro ante
posibles torceduras. Es mayo, la primavera está totalmente instalada en la montaña,
y las fragancias que despide la vegetación embriagan casi tanto como las vistas
que se abren hacia la ladera Sur de la Aitana, hermana mayor de nuestro
objetivo de hoy.
Tras pasar por un refugio libre,
el bosque tapiza el único tramo de camino en toda la ruta, y con él alcanzamos
el Coll del Pouet, que a 884 metros de altitud constituye una auténtica base
para enhebrar rutones a este lado de la Montaña de Alicante. Para nosotros
simboliza el fin del acercamiento progresivo, y el sendero gradual deja paso a
las angosturas de la Cara Norte del Puig Campana. Aún así, todavía nos
permitimos el lujo de meter riñón y ciclar hasta rozar la cota 1000 con
bastante esfuerzo.
Últimos metros meridianamente cómodos. |
Tocando el cielo.
En ese momento las nubes que se
han ido alzando animadas por el viento húmedo de levante, ya tapan por completo
los paredones calizos, impidiendo ver lo que nos espera. Al pasar junto a un
pozo de nieve, empezamos a portear de verdad. Llega la hora de la paciencia
infinita y la sonrisilla nerviosa, mientras nos vamos animando unos a otros.
A pesar de haber pasado toda la
vida por estas montañas, nadie de nosotros ha subido nunca al pico, por lo que
el desconocimiento nos provoca mucha incertidumbre, y le da un punto épico a la
jornada.
Los primeros canchales y el ambiente de fresnos, arces y carrascas junto con la niebla, hicieron el resto. |
A malas penas de vez en cuando
algún rayo de sol traspasa la niebla, dándole luz al verde primaveral del
bosque mixto compuesto por arces, fresnos y carrascas, que resiste de manera
increíble entre desniveles y desplomes.
Los senderistas que bajan desde
la cumbre alucinan al ver salir de la niebla a 7 tipejos cargando con sus
bicicletas sobre el hombro o sobre la chepa. Ríen, nos animan y nos sacan
fotos, lo cual nos hace plantearnos
sobre la sensatez o no de lo que estamos haciendo. Justo cuando la ascensión se
vuelve más inverosímil, cuando avanzar cuesta horrores por el desnivel y el
firme, plantamos campamento y parlamentamos entre nosotros. Allí literalmente
colgados sobre el canchal, tomamos aire antes de opinar.
Hale hop! |
Un, dos, tres, un pasito p'alante María... |
"Veo todo, en blanco y negro..." |
La humedad es salvaje, y el
escenario pone los pelos de punta. Ver a los de delante ascender con dificultad
es un penoso espectáculo, que sin saber muy bien porqué, nos hace partirnos de risa.
O reír y seguir, o llorar y darnos por vencidos. Nos decantamos por la primera
opción.
Sin embargo, de pronto dejamos de
oír la huella sonora de la caliza que levanta el grupeto de cabeza, y casi por
arte de magia, rayos de sol y esperanza van cambiando el gris panorama. En un
último paso en el que nos ayudamos para pasarnos las bicis, el sol empieza a
dar calidez a nuestros corazones, ¡parece que por fin estamos llegando al
collado inmediato a la cima!
Sobre
un mar... de nubes.
Alcanzamos los 1277 metros del
Collado del Bancal del Moro contentos. El sol brilla y nos hace ser optimistas.
Hemos porteado unos 400 metros desde el Coll del Pouet, y apenas nos quedan 140
más.
Emprendemos la marcha y al girar
hacia la ladera Este nos sorprende la impresionante visión del mar... de nubes.
En vez del azul del Mediterráneo, un espeso manto blanco oculta por completo la
línea de costa, dando la sensación de estar alcanzando un objetivo aún mayor
del que inicialmente pensábamos. La dimensión de la ascensión adquiere mayor
envergadura.
Vistas al mar... de nubes. |
Poco a poco seguimos porteando o
empujando la bici por una diagonal bien marcada y mucho menos empinada, que al
cabo de un rato nos dirige al momentazo indescriptible que acompaña a toda
culminación cimera. Lo conseguimos.
Cuando los abrazos y las fotos se
terminan, damos buena cuenta de los bocatas que llevamos en la mochila. La
culminación del sueño cumplido está por encima de la escasa visibilidad que
ofrece el día, aún así ver la altivez de los picos del Ponotx, Aitana,
Serrella, Penya Alta o Bèrnia, asomar entre las nubes junto a las islas de
Ibiza y Mallorca, no tiene precio y justifica el esfuerzo.
Mal de altura. |
Bajada arrolladora.
Nos ha costado llegar y se está
tan bien arriba que da pereza mover campamento, pero lo cierto es que nos
morimos de ganar por empezar a bajar, así que con el nervio propio de una
bajada inédita y antológica, nos ponemos las protes y con cautela y tiento,
comenzamos a descender por un marco incomparable.
Banzaiiiii |
La primera parte se deja hacer,
salvo un puñado de pasos infranqueables, y tras dejar atrás de nuevo el Bancal
del Moro, nos metemos nuevamente en la nube directos a los tramos más difíciles
de la jornada.
Nos costó mucho enlazar pasos
verdaderamente expuestos, algunos tras varias intentonas salieron bien, pero
aún así, dimos por imposible la zona más vertical del caos de piedras que rompe
en dos la Cara Norte de la montaña. Pero casi de inmediato empezó el increíble
éxtasis que solamente regalan las grandes ascensiones, y enlazamos tramazos de
agarre increíble, con otros plagados de Zs de esos que te hacen gritar de
júbilo, para luego dejar fluir las bicis tocando lo justo el freno para
controlar la velocidad, entre una arboleda misteriosa por la niebla, hasta que
nos reagrupamos.
Mejora la ciclabilidad. |
Madre mía qué caras de
satisfacción y esto no ha hecho sino comenzar. Aún nos quedan unos 700 metros
de desnivel negativo en unos 5 kilómetros de bajada. Solventamos el único
repecho que nos queda y enfilamos el Puig Campana por la vertiente que da al
mar, ahora los farallones de roca quedan sobre nosotros, y volamos por la
trialera ya por debajo de las nubes.
A un tramo muy rápido le sigue
otro muy técnico de roca, aderezado con curvas cerradísimas con el desnivel
justo para dejarnos fluir. No nos quedan brazos pero no dejamos de flipar por
la grandiosidad del momento. En las partes más complicadas paramos, y cuando no
sale de primeras un escalón, se repite.
Volvemos a las brumas. |
Vemos la corona de nubes que
oculta la cima y no podemos creer todo lo que hemos bajado, y casi sin poder
tragar más roca, las horquillas exigen piedad. Pero la trialera no da tregua
alguna todavía. A un tramo largo de velocidad absurda, le acompaña la traca
final, compuesta por pedrolos, escalones al límite y Zs que parecen querer
sacarnos de la trazada. Sin darnos cuenta llegamos al punto y final, justo en
el momento en el que la última nube salta de ladera y nos deja una visión completa
del eterno gigantón de roca que guía los destinos de la Costa Blanca.
La envergadura de la montaña resulta
totalmente abrumadora, y por fin somos conscientes del reto afrontado a
cara-perro, pero asumido con la humildad e ilusión necesarias para hacer frente
a un pico como éste.
El abrazo colectivo final de los
6 ciclistas que aquel día culminamos un sueño, será recordado para el resto de
nuestras vidas, y la merecida cerveza que vino después, nos provocó toda una
borrachera de sentimientos.
Sin duda alguna, el Puig Campana
nos ha dado mucho más de lo que fuimos a buscar.
autentico DOLOMITA mediterraneo, epica rulzzzzz !!!!
ResponderEliminarÉpica entre las épicas, fue sin duda un reto superado de los más ambiciosos que nos hemos propuesto.
ResponderEliminarUna jornada de las que se quedan grabadas a fuego en la mente, y que has logrado narrar a la perfección, como suele ser costumbre.
Riba riba, xics!!!