FUE ANTES EL HUEVO O LA GALLINA?
Momentos de reflexión todos tenemos, por supuesto, y lo cierto es que servidor tuvo anteayer uno de esos. No se trata de una disertación sobre el origen del universo, pero guarda cierta similitud si lo trasladamos al mundo púramente rotero.
Me encontraba a eso de las 7 de la tarde subiendo la Mola con mi primo Santi por la zona del Canteramen a pata y, como viene siendo normal, mirando y remirando todos los pasos que hacemos cuando la bajamos. El terreno estaba especialmente suelto y costaba subir, pero os puedo decir que, allí, sin bici, me costaba ver cómo podemos tirarle a la bajada, sobre todo al último tramo. Es peliagudo, sí. Es como si al estar en contacto con la burra, te transmita serenidad y confianza, o, por lo contrario, te ciegue al peligro. Pero, vamos, que lo veía de nivel bastante alto con la dificultad añadida del terreno suelto. Y, a todo esto, mi primo, con los ojos como platos, no hacía más que decir que estamos locos y que no entiende cómo podemos bajar por ahí. No anda muy equivocado, no...
Seguimos ganando altura y sucediéndose a cada pasito una y otra vez las mismas escenas con los mismos comentarios, pero una vez superada la Cantera y llegados a la cresta, es cuando surge, acompañado del silencio, la paz y la suave brisa, junto con ese sol de tarde primaveral inconfundible y extremadamente estimulante, la duda existencial que encabeza esta entrada. La vista es espectacular y este año se encuentra especialmente decorada por infinidad de plantas de Hierba de San José, que, junto a las plantas de Esparto dan ese aspecto tan característico de nuestra zona, del Territorio Rotero (siempre he tenido afición a las plantas de nuestra zona, especialmente las medicinales, pero ahora con Ana se me ha acentuado ese interés, ya que con ella tengo una enciclopedia botánica en casa y siempre que salimos a patear por campo o montaña me enseña cosas nuevas), y mientras vamos avanzando por las rocas, paro, paso la mano por una mata de Romero y, después de inhalar su aroma, como sugestionado por una droga, empiezan a aparecer preguntas en mi cabeza: "¿Por qué me siento tan bien en la montaña?", "¿Por qué esta sensación de paz interior me es tan fácil encontrarla aquí?"... Y a continuación viene la pregunta del millón: "Los bosques, sean del tipo que sean, son espectaculares (hayedos, castaños, robledales...), pero ¿Por qué yo estoy "enganchado" a nuestro secarral?", "¿Por qué prefiero andar con la bici por aquí a hacerlo por allí?"...
Supongo que la respuesta se antoja fácil y contundente: "Porque no estoy cerca de un bosque impresionante". Puede ser, sí. Somos seres de costumbres y como tales aprendemos a apreciar aquello que tenemos cerca de nosotros. Un compañero de piso que tenía en mi primer año de universidad en Alcoy era de Navarrés (Valencia), y me comentaba que nuestra zona era "territorio lunar", vanagloriándose de sus verdes bosques y me animaba a ir allí con la bici, pero, a pesar de esa inocente burla, siempre he defendido a capa y espada nuestro secarral, porque, a pesar de tener cuatro pinos mal puestos, esos cuatro pinos, junto con los matorrales y las rocas, dan un aspecto mágico que me hacen, sinceramente, estar "enamorado" de nuestro terruño. Tiene algo que "engancha" (y no son las zarzas precisamente). Y, por si fuera poco, nos hemos "especializado" en él, disfrutando como nadie esos "pasitos" que nos brindan cuatro rocas juntas, proponiéndonos un reto en el que nos tiramos minutos y minutos con una sonrisa de oreja a oreja, y reduciendo el número de kilómetros de la ruta a cambio de auténtico disfrute.
Por tanto: ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? ¿Nos gusta lo que tenemos porque no tenemos otra cosa o precisamente tenemos lo más divertido y por eso nos gusta? Pienso que, sin lugar a dudas, somos unos privilegiados, porque hacemos lo que nos gusta y encima tenemos el mejor de los escenarios para hacerlo. Y, por si fuera poco, con el mejor clima, que te permite disfrutar de la montaña prácticamente los 365 días del año. Y, como dicen que en la variedad está el gusto, siempre podemos visitar nuevas zonas fuera del Territorio Rotero y disfrutar esas nuevas vistas, esas nuevas experiencias, con la boca abierta.
El Territorio Rotero es, simplemente, espectacular. Cuánto nos da por tan poco. No crees?
Me encontraba a eso de las 7 de la tarde subiendo la Mola con mi primo Santi por la zona del Canteramen a pata y, como viene siendo normal, mirando y remirando todos los pasos que hacemos cuando la bajamos. El terreno estaba especialmente suelto y costaba subir, pero os puedo decir que, allí, sin bici, me costaba ver cómo podemos tirarle a la bajada, sobre todo al último tramo. Es peliagudo, sí. Es como si al estar en contacto con la burra, te transmita serenidad y confianza, o, por lo contrario, te ciegue al peligro. Pero, vamos, que lo veía de nivel bastante alto con la dificultad añadida del terreno suelto. Y, a todo esto, mi primo, con los ojos como platos, no hacía más que decir que estamos locos y que no entiende cómo podemos bajar por ahí. No anda muy equivocado, no...
Seguimos ganando altura y sucediéndose a cada pasito una y otra vez las mismas escenas con los mismos comentarios, pero una vez superada la Cantera y llegados a la cresta, es cuando surge, acompañado del silencio, la paz y la suave brisa, junto con ese sol de tarde primaveral inconfundible y extremadamente estimulante, la duda existencial que encabeza esta entrada. La vista es espectacular y este año se encuentra especialmente decorada por infinidad de plantas de Hierba de San José, que, junto a las plantas de Esparto dan ese aspecto tan característico de nuestra zona, del Territorio Rotero (siempre he tenido afición a las plantas de nuestra zona, especialmente las medicinales, pero ahora con Ana se me ha acentuado ese interés, ya que con ella tengo una enciclopedia botánica en casa y siempre que salimos a patear por campo o montaña me enseña cosas nuevas), y mientras vamos avanzando por las rocas, paro, paso la mano por una mata de Romero y, después de inhalar su aroma, como sugestionado por una droga, empiezan a aparecer preguntas en mi cabeza: "¿Por qué me siento tan bien en la montaña?", "¿Por qué esta sensación de paz interior me es tan fácil encontrarla aquí?"... Y a continuación viene la pregunta del millón: "Los bosques, sean del tipo que sean, son espectaculares (hayedos, castaños, robledales...), pero ¿Por qué yo estoy "enganchado" a nuestro secarral?", "¿Por qué prefiero andar con la bici por aquí a hacerlo por allí?"...
Supongo que la respuesta se antoja fácil y contundente: "Porque no estoy cerca de un bosque impresionante". Puede ser, sí. Somos seres de costumbres y como tales aprendemos a apreciar aquello que tenemos cerca de nosotros. Un compañero de piso que tenía en mi primer año de universidad en Alcoy era de Navarrés (Valencia), y me comentaba que nuestra zona era "territorio lunar", vanagloriándose de sus verdes bosques y me animaba a ir allí con la bici, pero, a pesar de esa inocente burla, siempre he defendido a capa y espada nuestro secarral, porque, a pesar de tener cuatro pinos mal puestos, esos cuatro pinos, junto con los matorrales y las rocas, dan un aspecto mágico que me hacen, sinceramente, estar "enamorado" de nuestro terruño. Tiene algo que "engancha" (y no son las zarzas precisamente). Y, por si fuera poco, nos hemos "especializado" en él, disfrutando como nadie esos "pasitos" que nos brindan cuatro rocas juntas, proponiéndonos un reto en el que nos tiramos minutos y minutos con una sonrisa de oreja a oreja, y reduciendo el número de kilómetros de la ruta a cambio de auténtico disfrute.
Por tanto: ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? ¿Nos gusta lo que tenemos porque no tenemos otra cosa o precisamente tenemos lo más divertido y por eso nos gusta? Pienso que, sin lugar a dudas, somos unos privilegiados, porque hacemos lo que nos gusta y encima tenemos el mejor de los escenarios para hacerlo. Y, por si fuera poco, con el mejor clima, que te permite disfrutar de la montaña prácticamente los 365 días del año. Y, como dicen que en la variedad está el gusto, siempre podemos visitar nuevas zonas fuera del Territorio Rotero y disfrutar esas nuevas vistas, esas nuevas experiencias, con la boca abierta.
El Territorio Rotero es, simplemente, espectacular. Cuánto nos da por tan poco. No crees?
Lo cierto es que esta divagación, más que divagación propiamente dicha es una mezcla de pajilla mental y momento de relax provocado por la sugestión del momento de verse uno enmedio de la cresta de nuestra Mola una tarde de primavera, con tiempo perfecto, clima perfecto, aire perfecto, y todo perfecto para que aflore ese filósofo que tenemos dentro.
ResponderEliminarNo me lo tengáis muy en cuenta, jejejeje. :$
Joooerr Josele, no podría estar más de acuerdo con todo lo que dices.
ResponderEliminarUna montaña de 3000 metros es espectacular, y durante años tuve esa sensación de querer lo que tengo pero envidiar lo que no.
Hoy tengo el chip cambiado. Por completo. Y puedo decir que me gusta tanto esa zona donde el planeta recibe el nombre de "La Mola", como donde se llama "Ordesa".
De hecho, uno de mis paisajes favoritos es la árida Cara Sur del Sit.
Me ha encantado la divagación. Me parece muy acertada.
Bien me ha valido como paréntesis en el curro!!!! más como estas por favor!!!
ResponderEliminarJosele, totalmente de acuerdo contigo, ya sabes eso que dicen de que la belleza esta en los ojos del que mira... ;-)
ResponderEliminarGracias por compartirlo!
A ti por leerlo! :)
ResponderEliminarMe alegra que sus mole
Buena divagacion!!!.
ResponderEliminarPero al igual que me gusta el terreno que tenemos, tambien tengo que decir que me gustan los paisajes llenos de verde. Que decir de los paisajes cuando ibamos en busca del Petrechema.....
Ta güeno.
ResponderEliminarTu si que vales !!!!
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