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miércoles, 12 de marzo de 2008

REFLEXIONES DE UN ROTERO

Durante toda la semana añoro estar allí, experimentar el aluvión de sentimientos que llegan a borbotones al ritmo de cada pedalada, respirar el aire puro, sentirme involucrado en el medio, formar parte del todo que me rodea, ser parte de tan digno espectáculo que ofrece la naturaleza a cambio de un respeto no siempre correspondido...


Cuando abandono el pesado asfalto, por muy raro que parezca, juro que mi forma de rodar encima de la bici es más descansada, la espalda nota un alivio y una sonrisa se dibuja en mi cara. Ya estoy donde quería, y con quienes quería, a pesar de que no siempre coincidamos todos. A ritmo de xino-xano, las cuestas se hacen más llevaderas y las sendas juguetonas, en espera de llegar a la cima, calzarme las protecciones y disfrutar de otra manera: bajando. Pero, no lo olvidemos, no sin antes haber cumplido con el acto más importante en la Penya: el almuerzo. Un rato en el que quisiera poder detener el tiempo y seguir charlando, riendo, comiendo, bebiendo..., enmedio de un escenario privilegiado, sabiendo que dejas de lado los problemas cotidianos y te olvidas de las obligaciones por unos instantes. Sin duda, el momento por el que vale la pena esperar pacientemente toda una semana. Entonces, una vez hemos disfrutado de las viandas, comienza el ritual de preparación para el enfrentamiento rotero - piedra, una batalla sin cuartel en la que, a lomos de un frío y "casi" sumiso corcel (la juventud le dota de una lógica rebeldía), dotado de complejos mecanismos y baños de aceite, junto con pistones en circuito abierto y discos ventilados, el rotero planta cara a los más inclinados tramos de roca y las sendas y trialeras más macabras. Una contienda en la que giran los bombos de la suerte que contienen, grabado a fuego, todos y cada uno de nuestros nombres, y que en contadas ocasiones escupen de golpe una de las bolas con el nombre de la víctima, que acaba inevitablemente besando el duro suelo, para, a continuación, levantarse, comprobar que no ha ocurrido nada ni a él ni a su montura, quitarse el polvo y proseguir la marcha, aunque ya con la desconfianza que te otorga la caída y la conciencia un tanto dañada. Pero como los errores se inventaron para aprender de ellos, la próxima vez, el rotero sabrá la trazada y la diversión continuará sin incidentes.

La trialera constituye hoy en día el final del proceso evolutivo del rotero. Trece años atrás todo comenzó con trayectos de asfalto y pista. Era otra mentalidad, aunque también otras máquinas. Muchas de ellas rígidas y algunas con horquilla delante. Las palabras "doble suspensión" no cabían en un mundillo que comenzaba a darse cuenta de que el mercado del MTB no había hecho más que comenzar y tenía un largo camino que recorrer, experimentando con nuevos materiales más ligeros y resistentes y una inmensa labor de I+D ansiosa de encontrar la geometría perfecta, ramificando un deporte en multitud de categorías.

Pero volviendo al tema que importa, y dejando a un lado las "herramientas" que hoy en día nos permiten a los roteros disfrutar del monte a nuestra manera, planteo una casi obligada reflexión sobre el verdadero motivo que nos empuja a reunirnos cada sábado a rotar, un curioso fenómeno que engancha y hace que desde el mismo lunes, ya estemos "rotándonos vivos", sintiendo la necesidad de establecer la simbiosis rotero - monte, sintiendo la necesidad de reunirnos, sintiendo la necesidad de estar en la casa del rotero...

Y es que la casa del rotero es la que se ve tan preciosa de día como de noche...

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