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miércoles, 27 de abril de 2016

SI TE DICEN QUE ESTÁ AHÍ

No somos muy dados a las efemérides, pero sí nos gusta mirar atrás de vez en cuando. El próximo 11 de mayo hará tres años de la ascensión al Puig Campana en bici de montaña. Un día impresionante, que a pesar de la distancia, queda bien fresco en nuestras retinas y materia gris.
Como para no recordar que, aquel día...


Ilusiones extremas.

Desde la Penya el Rot soñamos con abordar esta ruta desde hacía años. Pero por unos u otros motivos, no se pudo concretar el pegue definitivo a esta cima inédita para el ciclismo de montaña. Que nosotros sepamos, nunca antes había subido ninguna bici a su cúspide de 1.410 metros.

Aunque el motivo principal de nuestro propósito no era el de culminar ningún récord, sino más bien, disfrutar de la travesía y saber qué se siente en tan privilegiado balcón, rodeado de colegas y con tu bici impaciente por despachar una antológica bajada de 1100 metros de desnivel negativo, y 8 kilómetros de longitud, con una dureza muy extrema. Y todo ello con el Mediterráneo como telón de fondo.

Con semejantes ingredientes nos plantamos 6 ciclistas de montaña a los pies de la colosal pirámide de piedra, para poco a poco ir ganando altura por un sendero peleón, de ésos que toca emplearse a fondo y saldar metro a metro con esfuerzo y entrega.

La visión inicial es engañosa, pues la cima principal está escondida justo detrás del espadán rocoso que tenemos de frente, y al que el sendero se ve obligado a bordear. ¡Parece mentira que vayamos a subir hasta allí arriba!

Aúpa!

Con la ilusión de las grandes jornadas de ciclomontañismo, avanzamos casi sin darnos cuenta. La grupeta sabe muy bien a qué juega hoy, sabe que cualquier exceso se paga, y que la montaña que tenemos delante es poderosa, así que es preferible aliarse a ella de manera venerable, a infravalorarla sabiendo que muy probablemente tendremos que suplicarle clemencia.

El sendero se empina por momentos, pero se deja hacer. Este tipo de trazados mediterráneos resultan antiquísimos, y se alzan progresivamente por las laderas en busca de enlaces y collados, sobre los que comunicar los diferentes valles que ríos y barrancos han creado en busca del eterno azul del mar.

La diagonal nos vence en ocasiones, y a ratos bajamos de la bici. El clásico sonido de los canchales calizos en ahora quien nos acompaña. En este terreno la cubierta ha de ser generosa, con taqueado blando y suficiente para equilibrar el agarre, y cuando se echa pie a tierra el calzado debe resultar tan cómodo como seguro ante posibles torceduras. Es mayo, la primavera está totalmente instalada en la montaña, y las fragancias que despide la vegetación embriagan casi tanto como las vistas que se abren hacia la ladera Sur de la Aitana, hermana mayor de nuestro objetivo de hoy.

Tras pasar por un refugio libre, el bosque tapiza el único tramo de camino en toda la ruta, y con él alcanzamos el Coll del Pouet, que a 884 metros de altitud constituye una auténtica base para enhebrar rutones a este lado de la Montaña de Alicante. Para nosotros simboliza el fin del acercamiento progresivo, y el sendero gradual deja paso a las angosturas de la Cara Norte del Puig Campana. Aún así, todavía nos permitimos el lujo de meter riñón y ciclar hasta rozar la cota 1000 con bastante esfuerzo.

Últimos metros meridianamente cómodos.

Tocando el cielo.

En ese momento las nubes que se han ido alzando animadas por el viento húmedo de levante, ya tapan por completo los paredones calizos, impidiendo ver lo que nos espera. Al pasar junto a un pozo de nieve, empezamos a portear de verdad. Llega la hora de la paciencia infinita y la sonrisilla nerviosa, mientras nos vamos animando unos a otros.

A pesar de haber pasado toda la vida por estas montañas, nadie de nosotros ha subido nunca al pico, por lo que el desconocimiento nos provoca mucha incertidumbre, y le da un punto épico a la jornada.

Los primeros canchales y el ambiente de fresnos, arces y carrascas junto con la niebla, hicieron el resto.

A malas penas de vez en cuando algún rayo de sol traspasa la niebla, dándole luz al verde primaveral del bosque mixto compuesto por arces, fresnos y carrascas, que resiste de manera increíble entre desniveles y desplomes.

Los senderistas que bajan desde la cumbre alucinan al ver salir de la niebla a 7 tipejos cargando con sus bicicletas sobre el hombro o sobre la chepa. Ríen, nos animan y nos sacan fotos, lo cual nos hace  plantearnos sobre la sensatez o no de lo que estamos haciendo. Justo cuando la ascensión se vuelve más inverosímil, cuando avanzar cuesta horrores por el desnivel y el firme, plantamos campamento y parlamentamos entre nosotros. Allí literalmente colgados sobre el canchal, tomamos aire antes de opinar.

Hale hop!
Un, dos, tres, un pasito p'alante María...

En este punto nos damos cuenta que será imposible bajar montados este tramo, pues el nivel técnico necesario para hacerlo es superior al que tenemos, y que siquiera intentarlo puede poner en juego mucho más de lo que estamos dispuestos a arriesgar. Sin embargo, decidimos seguir adelante, sabiendo que nos encontramos en el punto más mordoriano de la ruta, y que hemos venido a sentirnos montañeros al fin y al cabo, confiando porqué no negarlo, en que el Puig Campana nos brindará una tregua y se dejará querer en forma de tramos más ciclables.

"Veo todo, en blanco y negro..."

La humedad es salvaje, y el escenario pone los pelos de punta. Ver a los de delante ascender con dificultad es un penoso espectáculo, que sin saber muy bien porqué, nos hace partirnos de risa. O reír y seguir, o llorar y darnos por vencidos. Nos decantamos por la primera opción.

Sin embargo, de pronto dejamos de oír la huella sonora de la caliza que levanta el grupeto de cabeza, y casi por arte de magia, rayos de sol y esperanza van cambiando el gris panorama. En un último paso en el que nos ayudamos para pasarnos las bicis, el sol empieza a dar calidez a nuestros corazones, ¡parece que por fin estamos llegando al collado inmediato a la cima!

Sobre un mar... de nubes.

Alcanzamos los 1277 metros del Collado del Bancal del Moro contentos. El sol brilla y nos hace ser optimistas. Hemos porteado unos 400 metros desde el Coll del Pouet, y apenas nos quedan 140 más.

Emprendemos la marcha y al girar hacia la ladera Este nos sorprende la impresionante visión del mar... de nubes. En vez del azul del Mediterráneo, un espeso manto blanco oculta por completo la línea de costa, dando la sensación de estar alcanzando un objetivo aún mayor del que inicialmente pensábamos. La dimensión de la ascensión adquiere mayor envergadura.

Vistas al mar... de nubes.
Poco a poco seguimos porteando o empujando la bici por una diagonal bien marcada y mucho menos empinada, que al cabo de un rato nos dirige al momentazo indescriptible que acompaña a toda culminación cimera. Lo conseguimos.

Cuando los abrazos y las fotos se terminan, damos buena cuenta de los bocatas que llevamos en la mochila. La culminación del sueño cumplido está por encima de la escasa visibilidad que ofrece el día, aún así ver la altivez de los picos del Ponotx, Aitana, Serrella, Penya Alta o Bèrnia, asomar entre las nubes junto a las islas de Ibiza y Mallorca, no tiene precio y justifica el esfuerzo.

Mal de altura.

Bajada arrolladora.

Nos ha costado llegar y se está tan bien arriba que da pereza mover campamento, pero lo cierto es que nos morimos de ganar por empezar a bajar, así que con el nervio propio de una bajada inédita y antológica, nos ponemos las protes y con cautela y tiento, comenzamos a descender por un marco incomparable.


Banzaiiiii

La primera parte se deja hacer, salvo un puñado de pasos infranqueables, y tras dejar atrás de nuevo el Bancal del Moro, nos metemos nuevamente en la nube directos a los tramos más difíciles de la jornada.

Nos costó mucho enlazar pasos verdaderamente expuestos, algunos tras varias intentonas salieron bien, pero aún así, dimos por imposible la zona más vertical del caos de piedras que rompe en dos la Cara Norte de la montaña. Pero casi de inmediato empezó el increíble éxtasis que solamente regalan las grandes ascensiones, y enlazamos tramazos de agarre increíble, con otros plagados de Zs de esos que te hacen gritar de júbilo, para luego dejar fluir las bicis tocando lo justo el freno para controlar la velocidad, entre una arboleda misteriosa por la niebla, hasta que nos reagrupamos.

Mejora la ciclabilidad.
Madre mía qué caras de satisfacción y esto no ha hecho sino comenzar. Aún nos quedan unos 700 metros de desnivel negativo en unos 5 kilómetros de bajada. Solventamos el único repecho que nos queda y enfilamos el Puig Campana por la vertiente que da al mar, ahora los farallones de roca quedan sobre nosotros, y volamos por la trialera ya por debajo de las nubes.

A un tramo muy rápido le sigue otro muy técnico de roca, aderezado con curvas cerradísimas con el desnivel justo para dejarnos fluir. No nos quedan brazos pero no dejamos de flipar por la grandiosidad del momento. En las partes más complicadas paramos, y cuando no sale de primeras un escalón, se repite.

Volvemos a las brumas.

Vemos la corona de nubes que oculta la cima y no podemos creer todo lo que hemos bajado, y casi sin poder tragar más roca, las horquillas exigen piedad. Pero la trialera no da tregua alguna todavía. A un tramo largo de velocidad absurda, le acompaña la traca final, compuesta por pedrolos, escalones al límite y Zs que parecen querer sacarnos de la trazada. Sin darnos cuenta llegamos al punto y final, justo en el momento en el que la última nube salta de ladera y nos deja una visión completa del eterno gigantón de roca que guía los destinos de la Costa Blanca.

La envergadura de la montaña resulta totalmente abrumadora, y por fin somos conscientes del reto afrontado a cara-perro, pero asumido con la humildad e ilusión necesarias para hacer frente a un pico como éste.

El abrazo colectivo final de los 6 ciclistas que aquel día culminamos un sueño, será recordado para el resto de nuestras vidas, y la merecida cerveza que vino después, nos provocó toda una borrachera de sentimientos.


Sin duda alguna, el Puig Campana nos ha dado mucho más de lo que fuimos a buscar. 

miércoles, 20 de abril de 2016

VIENTO EN EL CORDAL



Tras cuatro vivacs consecutivos sobre la denominada “Zona de la Muerte”, Jurek alcanzó por fin el Campo II y con él, el estado de calma. Dos ocho miles consecutivos enlazados y en estilo alpino, habían puesto su cuerpo y mente al borde del abismo, y sin embargo, ahora era una persona totalmente en paz consigo misma.

Atrás quedó la humadidad, una vez rebasado el Túnel de Bielsa el ruido producido por el trasiego perpetuo de los vehículos, cambió por el rumor fresco producido por el Barranco y el Chuzo de la Pinarra.

Ante nosotros se abría un cómodo escenario para dar pedales cuando se podía, o para empujar las bicis cuando no, sin tener que pagar una factura demasiado cara.

Sonrientes por vernos anclados en plena cordillera, despertamos la curiosidad de los senderistas que nos cruzábamos en sentido contrario, y no dejamos de mirar la forma y color de las nubes que iban tomando forma por cresteríos, picos y collados, como queriendo oler la posible tormenta eléctrica.

En una borda nos reunimos, almorzamos -sana cultura de nuestra tierra que conviene llevar allá donde vayamos-, reposamos, cerramos los ojos siquiera un minuto sin decirnos nada, y continuamos.

Comprobamos lo absurdo de las fronteras transnacionales. En plena línea en el mapa, a un lado el acento francés abigarrado a las rocas, y en el otro el español buscando el sol.

Mientras, una placa nos hablaba del pavor de las guerras, y tras reponernos del esfuerzo acabamos siendo conscientes que por donde ahora chocamos las manos satisfechos, tiempo atrás escaparon familias enteras a través de la nieve, huyendo de la represalia humana, tan real como desgarradora.

Dos congéneres nuestros corrieron a toda prisa para saludarnos. Verlos portear sus bicis a buen ritmo nos ayudó a no sentirnos solos y raros. Una vez más, caras sonrientes, estrechamiento de manos, desearse suerte y dividir el rumbo.

El nuestro lo marcaba el viento de cresterío, afrontado con unas fuerzas que empezaban a fallar, mientras nos invadía de nuevo esa sensación de intranquilidad que solamente la méteo nos imprime, helando el alma.

Espíritu intranquilo que te hace darlo todo e ir más deprisa a pesar de la dificultad, con el único ánimo de atisbar cómo está la cosa detrás de esa Z que te lleva más arriba, y poder saber así, cómo están los nubarrones a la altura de La Munia. Para entonces aquella era mi única idea que rondaba mi cabeza, de un modo casi obsesivo.

Llega un punto en el que el desasosiego mental desequilibra el estado físico, un punto en el que cuerpo y mente te hacen tener que ayudarte de una mano, para avanzar entre escalones de roca, en los que la garganta reseca se resiente del viento del cordal, y el levantar una pierna desequilibra la otra.

Sin embargo el miedo se lo carga la tenacidad, la capacidad de lucha, el saber que has superado el punto de no retorno, pues volverse es tan infame como avanzar en el sentido previsto.

Recuerdo ir delante no por consistencia mía, sino por verme sumido en la necesidad de sacar de allí a quienes creyeron que mi plan de ruta propuesto era sensato. Ese agobio personal autoimpuesto, me llevó a una incomprensible calma final. La mitad más una de mis neuronas, me indicaron que solamente debía limitarme a contemplar lo que mis ojos estaban viendo, pues quién sabe cuándo volverán a ver la Barroude, la Punta Roya...

Desde arriba, con el negro de la base nubosa como telón de fondo, bajaba un francés, nos dio ánimos, comentó que no quedaba nada: dos giros, una tasca final, y una cumbre tan épica como atípica.


Me sentí Jurek por unos instantes, cambiando la inhóspita tienda del Campo II, por la fita de piedras que marcaba los más de 2700 metros del Pico del Puerto Viejo de Bielsa. No por el tamaño de la hazaña, por supuesto, sino por el estado mental y físico alcanzado.

miércoles, 13 de abril de 2016

#adventureNOW

En plena crisis existencial instalada en el seno del ciclismo de montaña, sumidos en un no parar de noticias sobre gente que no nos quiere ver allí donde más nos gusta estar, de homónimos nuestros que no deberían estar donde nos gusta estar, de negocio industrial, números y geometría cuántica y watios de potencia achuchando en el corazón nuestra pasión... llegan ellos, vencen el frío y la pereza, se enchufan una chimenea y unas maltas, se visten de cuando el mountain bike era oler las flores... y a montar en bici, que es la herramienta que te permite ver más montañas que simplemente andando.

¿Acaso no es ése nuestro verdadero objetivo?


sábado, 9 de abril de 2016

8 AL PUIG CAMPANA Y EL PONOTX (02/04/2016) -Parte 1-


Con el subidón aún de La Mola nos vimos temprano y pusimos rumbo a la Font del Molí. Desde el minuto 1 fuimos por sendero, y ya no lo dejamos hasta cerrar el bucle 9 horas después.

Rotada épica de las que dejan poso, con multitud de matices, que ahora volverán a ponernos a tono con las fotos.

Impresionante la grupeta que montamos, a ritmo rot, lentos pero sin pausa, le dimos la vuelta entera al Ponotx y al Puig Campana, por un territorio en estado óptimo. La ruta resultó larga, y como bien dijo Alberto, mejor que un "8", casi conviene torcer el número y multiplicarlo por "infinito".

Un placer, helmanos. Ribarribismo activo del bueno.

jueves, 7 de abril de 2016

DOBLE A LA MOLA (01/04/16)


Es curioso cómo nos organizamos las personas. Se coincide virtualmente, se habla, se comenta, te caes bien, coincides en muchas cosas, y a la que te das cuenta estás estrechando lazos verdaderos allí donde más lo disfrutamos: en la montaña.

Muchas expectativas y muchas ganas habían puestas en este fin de semana de abril, y entre ellas estaba cómo no, acercarse a La Mola, de la cual nuestros colegas venidos desde varios puntos distintos, coincidían en señalar que parecía singular y apetecible.

Si fantásticos fueron los visitantes, igual calificativo merecen el puñado de roteros que no quisieron perder la oportunidad de hacerles sentir lo que sentimos en tan preciada roca. Creo que se impregnaron del todo de ese ambiente "100% rotero" y de esos aromas que solamente desprende el monte mediterráneo. Ese sonido a caliza, esa curva ciega que no sabes cómo sale, ese espino que pincha, ese levante que enfría, esa losa que no tiene fin...

Gracias amigos, gracias por querer compartir algo muy especial para nosotros.

Gracias también a Xore a quien teníamos muchas ganas de ver sonriendo, y que se desplazó y acabó acompañando a la manada hasta el pueblo con las primeras luces de las calles, gracias a Oct y a Zam por apuntarse a las birras, y acabar remontando a la gente, gracias... es lo que le sale a uno cuando todo sale casi perfecto.

PD: Gracias a Pepako y Josele por los retratos en este mismo álbum.