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miércoles, 25 de enero de 2017

EL FUEGO DE SAN TELMO, A ORILLAS DEL PATARA ENGURI



Apenas unas horas después de abandonar el Hotel Riho, a orillas del Patara Enguri, revisaron sus bicicletas y uno al otro, sana costumbre de chequearse en un viaje como aquél, para continuar rumbo a los contrafuertes del Monte Dij-Tau.

Sin idea alguna de cómo avanzar hacia el Norte, les cogió por banda la tempestad.

El frío viento rugía. Decidieron entonces abandonar el río al comprobar que los rayos hacían acto de presencia cada vez más cerca, pero para refugiarse en el bosque, debían cruzar sus aguas cada vez más alteradas. Finalmente lo consiguieron a través de un recodo en el que el Patara Enguri se dividía en varios brazos, por lo que la maniobra equivalía a sortear cinco ríos, tantos, como brazos extendidos contenía el río en aquel inhóspito lugar de Georgia.

En esos instantes previos que preceden a la tormenta, a Dave le vino a la mente algo leído acerca del "fuego de San Telmo", y contemplaba su Kona Unit compuesta de elegante material y perfecto conductor de descarga. Porter iba a la suya, mirando aquí y allá las vicisitudes del estrecho horizonte, y se mantenía siempre vigilante del oscuro cielo que amenazaba con desplomarse de un momento a otro.

Y sin más, lo hizo.

El ruido ensordecedor del rayo y la tromba de agua que caía del cielo, mezclada con la del río, hicieron perder esa conexión tan necesaria en aquel momento: decirse el uno al otro lo que pensaban. 

Por inercia, por azar, o por simple miedo, continuaron avanzando con rumbo Noreste hasta alcanzar los mismísimos pies del Glaciar Shkhara, cuando de repente la tierra cedió al derrumbe. Dejar la bici a un lado y estremecerse fue cuestión de un segundo, arquear las cejas y gritar a Porter otro más, justo el doble de lo que tardó la montaña en desvanecerse sobre él.

Con el estómago encogido Dave se armó del valor suficiente para abandonar su posición a salvo de nuevos derrumbes, e iniciar la búsqueda desesperada de su amigo. Gritar era un simple acto de rebeldía hacia la montaña, de nada valía, pues casi ni él mismo era capaz de oírse. 

Rasgó sus guantes y quebró sus dedos moviendo cuantas piedras pudo, cayó rodando, se caló hasta el tuétano, y perdió la noción del tiempo, hasta que sin saber cómo, el "fuego de San Telmo" apareció sobre lo que se asemejaba a un eterno cuadro de bici, como le sucediese a Colón en su segundo viaje a América en los mástiles de su barco.

A Dave se le erizó el cabello y el ruido fue aberrante y descomunal. 

Nunca supo si Porter falleció arrastrado por la fuerza del Patara Enguri, por la del descomunal derrumbamiento de la ladera que sostenía los glaciares Shkhara y Namkuani, o porque el destino, ése que sirve de resignación que no de consuelo, se había citado con él aquel día.

Hoy un túmulo de piedras yace junto al paso que antecede a los cordales que separan el Dij-Tau del Koshtan-Tau, donde aún ningún ciclista sabe si es posible acometer.

4 comentarios:

  1. Juer Secre, escalofriante relato.

    Que el dios de las sendas nos guie y nos exima de protagonizar aventuras de este calibre.

    No obstante, MAGNIFICA LECTURA!!

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  2. Jodo, TREMEBUNDO relato. Una de esas lecturas que, sin duda alguna, a nuestro Zam le deleitará de arriba a abajo.

    Jrande, cosí!

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  3. Me parto con las respuestas!!

    Juas (elevado a 3)

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