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viernes, 2 de septiembre de 2016

VALLES OCCIDENTALES - CASTILLO DE ACHER (18/08/2016) -Parte 1-

Yo soy más de papel” decía el Gandalf, “En el mapa se ve más que en una pantalla, y me ubico mejor”. Y vaya que si se ubica… Y nos ubicó a todos.

Dejamos los coches en el refugio de la Selva de Oza, y cogemos esta pista que va por aquí, va subiendo muy poco a poco hasta que aquí al final si que hace una última subida más fuerte, en total habremos subido unos 400mts de desnivel. Y esto nos deja caer a un valle, ¿lo veis?, todo este tramo de aquí no tiene desnivel, y vamos metidos en un valle con el rio al lado. Justo aquí nos desviamos, y empieza el porte, tenemos que llegar hasta el collado este, son 500mts de desnivel. Y luego desde aquí salen dos sendas, según el track tenemos que coger la de arriba, así que nos queda remontar este poquito de aquí y ya enfilamos la bajada, que nos lleva todo el rato pegados al castillo de Acher. Y acaba metiéndose en este trozo verde, que es la selva de Oza. El final tiene que ser impresionante metidos en medio del bosque…

Como es habitual el Gandalf no se equivocaba, el final fue espectacular, pero también lo fue el resto:

La pista: El Rotero no es muy dado a subir por pista, todo el mundo sabe que prefiere la senda, pero en esa pista no se escuchó ningún quejido… Como bien nos había adelantado nuestro Gandalf, la subía era muy suave. A nuestra izquierda nos acompañaba el río Aragón Subordán, río que aprovechaban las vacas de lugar para comer en sus orillas, y los buitres para alimentarse de alguna vaca que había pasado a formar parte del entorno.

De momento estamos frescos… Espero que los buitres no estén cerca cuando empiece el porteo…
No pillaba por sorpresa, al final del barrando de aguas tuertas, por el que íbamos, veíamos las últimas curvas de subida, esas que nos habían dicho que marcaba el final de la subida por pista y empezaba el valle.

El valle: No hay palabras que describan lo que fue pasar ese collado y encontrarnos delante de nosotros ese valle. No había mejor momento para hacer un alto en el camino, buscar un buen sitio desde donde observarlo todo y sacar el bocadillo.

Mientras almorzábamos veíamos como unas nubes bajas entraban en el valle, esta vez no había miedo, la app del tiempo nos había dado vía libre, ya había visto que por mucho que nos dijera íbamos a rotar igual. Así que nos pusimos en marcha, y nos dirigimos hacia las nubes.

Llegó el momento de dejar la senda, para buscar el cruce que nos llevaba hacia el porteo. Como ya esperábamos, no era una senda que estuviera muy marcada y nos surgieron dudas.

Dudas que le planteamos a unos senderistas, los cuales al decirles que íbamos hacia el castillo de Acher reaccionaron con un “¡¿Al castillo de Acher?! Pero si eso no se ve… Esta detrás de esas montañas…” Sabíamos a los que veníamos, nadie dijo que fuera a ser fácil, así que bici al hombro y a pasar “esas montañas” para llegar al castillo de Acher.

El porteo: La senda no estaba marcada, el destino se veía muy lejano, pero había que tirar hacia delante, un paso detrás de otro, y de vez en cuando un pequeño respiro para echar la vista atrás. ¡Y qué vista!

Creo que éramos unos privilegiados por estar allí, creo que muy poca gente había subido por ahí, desde que dejamos a los senderistas sorprendidos no habíamos visto a nadie más, estábamos solo nosotros y las vacas. Y gracias a Dios, no había buitres…

El porteo fue duro, y el collado nos recibió abrazándonos con un pequeño vendaval. Había que taparse un poco y empezar a bajar para afrontar el último tramo de subida.

Habíamos llegado, según los mapas ya estábamos en lo más alto así que tiramos hacia delante dispuestos a disfrutar de la bajada, pero parecía que esta no llegaba. La senda nos engañaba, subía, bajaba, estaba muy rota, con surcos, las vacas la habían pisoteado mucho y no se podía ciclar. Era más un sufrimiento que un disfrute, y la hora se nos echaba encima hasta que una voz dijo “Vamos a parar a comer”.

Llegó otro momento de respiro, esta vez  con el castillo de Acher a las espaldas, por el que veíamos bajar a un par de senderistas con sus hijos, “Estos niños maman la montaña desde pequeñitos…”. Delante de nosotros las vistas que nos acompañaba eran las de un canchal, espectacular como el solo y  que embelesó más a unos que a otros…

La bajada: Un Gandalf no se hace, se nace. Y esa frase de “Vamos a parar a comer” la dijo en el momento preciso casi sin el saberlo. Cuando la bajada empezaba a ser bajada, cuando empezábamos a entender porque unos locos habían decidido un día hacer todo aquel porteo.

No sé los kilómetros de senda que recorrimos, no sé el desnivel que bajábamos. Solo sé que aquello no tenía palabras, a ratos había que pelear con los pasos de roca, a ratos la senda se hacía rápida sobre un manto de hierba, a ratos se volvía macabra con roscas afiladas como estalagmitas.

Hubo un momento de reagrupamiento, en el que nos preguntábamos que donde nos habíamos metido… unos metros más adelante la senda desaparecía, el desnivel era tal que éramos capaces de ver por dónde nos iba a llevar. Solo veíamos el bosque al que teníamos que llegar.

Continuamos la senda, descontando desnivel a un ritmo bestial, hasta que nos metió en el bosque. Pero no por ello iba a cambiar su desnivel. En el bosque tuvimos que pelear con piedras, raíces, zetas, árboles… y todas estas cosas juntas en el mismo paso.

El desnivel nos dio un respiro, la senda se hacía más plana y a la vez más limpia. Sabíamos que estábamos afrontando ya el final de la bajada, pero no por ello íbamos a dejar de disfrutarlo.

Eran las 17:15 cuando llegábamos a los coches, hacía unas 8 horas que habíamos salido de ese mimo punto. Toda una jornada laboral, y ya nos merecíamos ir al bar a por una señora jarra de cerveza.