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jueves, 6 de febrero de 2014

CONOZCO UN SITIO QUE TE PUEDE GUSTAR.

 
Conozco un sitio que te puede gustar.

Llegar a él no es fácil, viviendo como vivimos en esta jungla de asfalto. Primero habrá que pagar el peaje del coche y el portabicis. Pero vaya, nada que no arregle un buen café mañanero, de esos que se tercian cuando como quien dice, las calles aún no están ni puestas.

Luego llegará la xarraeta, la musiqueja, el contarse la semana, y a la que nos demos cuenta ya estaremos tosiendo el frío de esa zona de interior, ésa que no sale en los mapas, que cualquiera pasaría de largo sin saber lo que hay ahí metido.

En un plis plas andaremos metidos en la refriega, alzando la vista al pico que queda a levante, sonriendo a medias, sabiendo que ese será el colofón de la ruta. Pero ahora toca empezar a sudar, a oler esa humedad que solo brinda el boscaje, penetrando en esa quietud de la montaña, cuando es verdadera montaña, cuando no hay nadie.

El pedroleo puñetero del sendero lo encontraremos resbaladizo. El charco de la última lluvia con una fina capa de hielo, que sonará seco y sonoro al romperse con el taco generoso de las ruedas, por lo que el frío nocturno tendrá que volver a recomponer lo deshecho.

Pero eso será cuando la luna de nuevo ilumine el panorama, que poco a poco, ahora se irá cerrando por delante de los manillares. Atrás quedarán las labores del campo, los tractores llevados por hombres madrugadores, como tú y como yo, que acompañaron al de la barra del bar antes de meterse en la lucha diaria de la vida.

Así andaremos los dos, luchando por ascender esa jodida cuesta, que valga la rebuznancia, cuesta lo suyo. Luego vendrá una primera visión de conjunto, quién sabe si para entonces ya asomará el sol de invierno, y si los primeros pájaros se asomarán del nido para ver a dos individuos vestidos con ropajes raros, a lomos de dos herramientas centelleantes por el material del que están hechas, y por el rayo solar iluminante.
Zumbaremos hacia abajo rozándonos apenas con las matas un poco mojadas. Humedad constante, olor penetrante, cabeza que se libera, lagrimones que afloran, corazón que ya siente…

Diez minutos que desperezan la alegría, esa que devuelve la vidilla a la mente, esa que escondía la semana. A partir de aquí, con las primeras sensaciones, la conversación mejora, la risa sale al paso, y en un cambio de tercio, justo detrás de una roca, te avisaré de lo que se nos vendrá encima.

A la que nos demos cuenta estaremos en mitad de un baile sin música, de un esperpento de sendero, petado de miles de piedras mal puestas, de rocas acechantes, de líneas imposibles a través de árboles que te parecerán que animen. Una primera parte de desnivel entrometente, dará paso a una sucesión de curvas ciegas, a un frena y comprime y a un suelta y afloja. Ambos a ritmo, ambos flipando en colores.

El tema terminará justo cuando el cuerpo lo necesite, cuando ya vaya rozando el límite. “uffff qué perguapo!!!” acertaremos probablemente a decir. Y seguiremos.

Después otro perfil que pica p’arriba, bordeando un barranco inaudito, de esos que no se explica uno cómo puede contener semejante sendero ahí tan bien puesto, y al cerrarse del todo, oiremos el murmullo eterno caer del caño de la fuente, sacaremos el bocata y nos cargaremos la cafeína.

No hay que encantarse, el sol ya estará bien alto, aunque apenas caliente nos dirá que casi sin darnos cuenta, estaremos a las puertas del pico que hace un rato quedaba a levante. Colofón de la ruta.


¿Te he dicho alguna vez, que conozco un sitio que te puede gustar?

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