Durante siglos, los hombres fueron ganando altura abancalando progresivamente centenares de miles de hectáreas de nuestras montañas, para cultivar lo que fuese y tuviera gusto para alimentar casas y establos. Sin embargo, en 50 años se perdió mucha superficie agrícola, que pasó lenta pero inexorablemente a engrosar las estadísticas del bosque y la maquia propios del Mediterráneo.

Pero en menos, en muchos menos años, ese rebrote vegetal sufrió lo que no está escrito a golpe de roturaciones mecánicas a lo bestia, que llenaron las faldas de las montañas de viales y filas de chalets y "acosados" (porque jularse un birronxo en la terraza de esos brungalós adosados, es poco menos que sentirse acosado escuchando los berridos del vecino mientras tira de estreñimiento)

El panorama cambiaba de un mes a otro, y aquí y allá la prensa salía llena de alcaldes anunciando no sé cuántos campos de golf y no sé cuántas miles de viviendas en pro del progreso y el desarrollo económico de la Terreta.

Todo se fue a la mierda, aún más súbitamente. Y muchos nos alegramos de ver que algunos se quedaron sin comerse aún la última tajada. Pero el precio a pagar fue caro, y hoy nos encontramos con la descolocante paradoja de cruzar moribundas y fantasmagóricas "urbanizaciones", apenas unos minutos antes de adentrarnos en la salvaje hostilidad de los murallones de roca que tanto gozamos, y que a día de hoy, todavía les da la risa al comprobar que a lo más alto que puede llegar el hombre, es a un Hotel Bali.

Bueno, en breve un poco más que éso.