Dicen que allí es donde aflora la lluvia absorbida por el Puig Campana. Que ofrece sus aguas a quien pretende enfilar sus laderas. Que si continuas por cinco kilómetros de asfalto y ganas 360 metros de altura llegas al Coll de Sacarest. Inmediatamente al alcance de tus ruedas, queda el cresterío umbrío de els Castellets, enfrente el Puig, sangrado por un incendiario desalmado que pretendió dejar sin alma a la más potente de nuestras montañas, sin saber, que jamás el ser humano será capaz de tamaño atropello.
Dicen que desde aquí, con buen tiempo, puedes inmortalizar aún más si cabe, al más bestial de los espadanes rocosos de las comarcas alicantinas: el Penyó Divino. Dicen que esta montaña, aguarda un tesoro morisco que brilla una noche de luna cada cien años. Eso dicen. Lo dicen en miles de lenguas, porque el Divino, es uno de los picos más conocidos internacionalmente entre los escaladores, aunque no lo supieras.
Cercano queda el Mas de Sacarest, ejemplo mediterráneo de la dura vida en las montañas, desde donde, dicen, continúas por camino hacia el Este para llegar por inédito sendero hacia el mismísimo Coll del Llamp. El puerto de los relámpagos, el de las tormentas advenedizas. Desde el mismo Penyonet del Gulapdar, dicen que merece la pena buscar el sol de la mañana en el impresionante balcón que el monte Ponoig ofrece en el collado del mismo nombre.
Dicen que es un buen lugar para descansar un rato, tras unos 600 mts de desnivel positivo acumulado. De enfilarte al estómago un buen bocata, y beber de ese vino rotero tan preciado. Buen lugar para ponerte las protecciones y descender casi 300 mts en menos de dos kilómetros por la margen izquierda del Barranc del Gulapdar, en un senda-trialera espectacular. Echar la vista atrás y ver lo que has bajado desde otro sitio divino: la Casa de Dios.
Dicen que a esta altura del camino ya estás en la ladera norte de la Aitana, y que puedes girar hacia el noroeste por un camino de hormigón entre fresnos desnudos en invierno, para enfrascarte en una dura lucha cardíaca posterior enfilando un enhiesto sendero, que después de un tramo de pateo, te reconduce por un singletrack alucinante a los pies del Salt y del Penyó Roc. Que puedes coger agua fresca en la Font de l’Almanàquer, y que tras unos kilómetros de asfalto enfilas las duras rampas del temible Coll del Comptador. El “contadero” de ovejas que utilizaban los pastores de Benimantell y Sella, dinamitado estúpidamente para ensanchar su temible subida. Dicen que al llegar arriba, el Comptador te ofrece una visión preciosa del Barranc de l’Arc. Que el cuerpo percibe esa dulce sensación de “puerto” montañés. Y no es para menos, porque las piernas se habrán cascado 300 nuevos mts de desnivel.
Desde aquí, y cercano al Mas de Cantacucos, reducto de uno de los últimos rebaños de Aitana, enfilas una senda por el Coll de Sirventa, que te baja de nuevo al Mas de Sacarest.
Dicen que a estas alturas, tu cuerpo ya está magullado, y tu mente se diluye en vahíos sueños montaraces, sabiendo que has de repetir el camino serpenteante hasta el Coll del Ponoig, para gozarlo de nuevo y enfilar angostamente por la trialera, corta pero intensa, que discurre por la ladera meridional del “león dormido” de Gabriel Miró, justo allá donde Aitana y el Puig Campana se dan la mano, justo sobre el Coll del Pouet. Y que desde la visión de Babilonia engrendada en forma de rascacielos impidiendo ver el mar, puedes seguir por la umbría o la solana indistintamente, para caer sobre allá donde llora el Puig en forma de fuente, en ambos casos por empedrado sendero, cerrando un soberbio bucle por el núcleo montañoso por antonomasia de la millor terreta del món.
Dicen que cuando llegas a casa y tu rostro dibuja una amplia sonrisa, quieres todavía más a la bicicleta, y dicen que también a la montaña.
Eso dicen…